Aunque no siempre los soportes sobre los que tuvo su asiento la escritura tuvieron la forma perfecta de ese objeto de culto que conocemos con el nombre de libro, algunas señales, interpretadas con exagerado dramatismo, parecen indicar que estamos asistiendo a los últimos estertores de ese haz de hojas encuadernadas con el que aún convivimos. Tablillas de barro, inscripciones en metal, huesos, vitelas, papiros, pergaminos… precedieron a los libros y a las actuales pantallas, y tal vez esta sucesión histórica habrá que analizarla, desde la perspectiva de este siglo XXI, como un proceso natural.
Lo que Gianni Vattimo, Jean-François Lyotard o Gilles Lipovetsky llaman ‘la condición posmoderna’ comenzó a gestarse en la actual civilización europea desde poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial y hoy es ya la cultura predominante en occidente. Vino a sustituir a la cultura moderna nacida durante la Edad Media y consolidada durante los siglos XV al XIX, época durante la que se habían construido los principios sobre los que ésta descansaba: la tradición clásica y las creencias religiosas de raíz judeocristiana. Durante todos estos siglos la fe y la razón fueron los principios sobre los que discurrió la cultura occidental, dos formas de conocimiento basadas una en la revelación y la otra en la inteligencia.
El estreno esta semana en España de la película húngara “El hijo de Saúl”, premiada en Cannes y globo de Oro a la mejor película extrajera (y posible Oscar de Hollywood a la mejor de habla no inglesa), trae de nuevo a la actualidad y a las pantallas del cine el tema del Holocausto, sumándose a anteriores obras audiovisuales documentales (“Shoah” de Claude Lanzmann) y de ficción (de “La lista de Schlinder” a “La vida es bella”). Además del cine, la literatura y el ensayo han proporcionado documentos impagables para conocer el verdadero alcance de la locura que supuso la voluntad de exterminar a los judíos durante el mandato de Adolf Hitler. Autores como Primo Levi, W.G. Sebald y últimamente Martin Amis, han tratado desde ópticas diversas, el holocausto judío. Pero para entender en toda su fanática crueldad lo que fue realmente la persecución pocos libros como el que hoy traemos a este Oficio de Lecturas.
Se recogen en un solo volumen todos los cuentos de Navidad de Dickens
Algunos biógrafos de Charles Dickens han llegado a decir que fue este escritor, con la publicación de su obra “Canción de Navidad”, quien inventó ese sentimiento que inunda el alma de las gentes durante las fechas navideñas. Lo que parece ser cierto es que en el siglo XIX la Navidad no era en Inglaterra la época festiva en que más tarde se convertiría y también que, desde sus primeras novelas, Dickens mostró su preocupación por establecer en estas fechas un “espíritu navideño” que en cierto modo es el que perdura en la actualidad. Para él, la fe cristiana era una versión ampliada y excelsa de los valores que proponía en este relato navideño, mezclada con sus propios recuerdos y con la denuncia social que caracteriza su obra.
Lecturas para después de los atentados terroristas de París
La idea de bárbaros que se nos transmite desde nuestros primeros contactos con la historia es la de pueblos nómadas que invaden a sangre y fuego civilizaciones avanzadas para imponer un nuevo sistema basado en valores como la fuerza y la violencia. El ensayista alemán Wolfgang Schivelbusch dice (La cultura de la derrota) que el miedo a ser derrotados y destruidos por hordas bárbaras es tan viejo como la historia de la civilización. Por eso la metáfora ha sido utilizada con frecuencia en la literatura (Esperando a los bárbaros de J.M. Coetzee) y el cine (Las invasiones bárbaras de Denys Arcand) para denunciar tanto los peligros de adoptar nuevas costumbres y valores como los métodos para impedir una supuesta destrucción sutil de nuestros modelos de cultura y civilización a cargo de elementos infiltrados. Los procedimientos a través de los que se manifiestan los nuevos bárbaros serían las mutaciones culturales y la inmigración.