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Martes, 24 Mayo 2016 10:58

Elogio y refutación de la crítica (I)

Escrito por 

En La República Literaria, una obra satírica de Saavedra Fajardo publicada en 1613, una caterva de personajes heridos y mutilados, algunos de ellos sin dientes, tuertos, sin nariz o sin cuero cabelludo; otros cojos o mancos, con profundas cicatrices ocultas por harapos, arremeten contra César Escalígero, uno de los críticos más conocidos entonces, encarnación de la soberbia y el menosprecio hacia grandes obras literarias de la historia. Los lisiados son los poetas clásicos a quienes Escalígero había sometido a su duro juicio, a consecuencia del cual habían quedado tan malparados. Este primer linchamiento de la historia de un crítico literario, más allá de registrar la presencia del género en la sociedad de los siglos XVI y XVII, demuestra ya su influencia en la aceptación o el rechazo hacia las obras y los autores que se leían en aquellos años.

El concepto de crítica ya está presente en algunos textos literarios a través de parábolas e historias ejemplares. En la semblanza inicial del Libro de Graçian, publicado durante el reinado de Juan II de Castilla (1405-1454), se cuenta que un ballestero regaló a un rey un fruto cuya dulzura lo había embriagado. Sin embargo el rey lo encuentra áspero. Un sabio ermitaño ha de recomendar al monarca la lectura del Libro de Graçian para ayudarlo a encontrar el gusto verdadero del fruto desconocido; es decir, a entender y gozar del significado de la obra que no entiende.

El Diccionario de la Academia define la crítica como “el arte de juzgar la bondad, verdad y belleza de las cosas”. Se trata, por tanto, de un juicio sobre cualidades éticas y estéticas, un veredicto de solvencia o insolvencia acerca de una obra. La crítica es fruto del ejercicio de un derecho que tiene todo ciudadano a expresar sus opiniones sobre una obra de arte. Se la considera como un subgénero literario y, cuando se hace desde un medio de comunicación, un género periodístico. Además el crítico es también un escritor (todo buen crítico has de ser buen escritor) y un artista (la crítica es también un acto creativo), aunque el objeto de su escritura sea el arte y la escritura de los otros.

Una de las especialidades del periodismo cultural es la  crítica en sus diferentes manifestaciones (según arquetipos que adoptan distintas corrientes: formalismo, estructuralismo, psicoanálisis, marxismo…), a su vez diversificadas en múltiples expresiones creativas de la producción y creación culturales. Un libro de Raman Selden, Historia de la crítica literaria del siglo XX (Akal), recorre las diversas corrientes de la crítica literaria de los últimos cien años y estudia las diferentes teorías interpretativas orientadas al lector. Por su parte la profesora catalana Núria Perpinyà, lleva a cabo en Las criptas de la crítica (Gredos) un fascinante ejercicio pedagógico al ilustrar los diferentes movimientos con veinte ejemplos prácticos sobre otras tantas interpretaciones críticas de La Odisea.

El crítico suele ser especialista en una determinada expresión (literatura, arte, cine, teatro…) y cuando aborda algún género al margen de su campo habitual suele hacerlo desde presupuestos relacionados con su especialidad. En todo caso, a pesar de algunas consideraciones que ponen en duda la utilidad de la crítica (y de ahí el escepticismo con el que suele acogerse su función en la sociedad de masas), ésta es necesaria para dar significado a la obra, poner en comunicación a creadores y consumidores de cultura y ofrecer un campo de conocimientos útiles.

La crítica moderna apareció durante el siglo XVIII con la Enciclopedia y la Revolución Francesa, pero sobre todo con el nacimiento de la prensa, y se consolidó en  el XIX también gracias a la expansión de los periódicos y a la autonomía universitaria en la sociedad liberal. Voltaire definió entonces al crítico como “un artista con mucha ciencia, sin prejuicios y sin envidia” (una definición bien que optimista). En nuestro país, en el siglo XVIII, el primer periódico, el Diario de los literatos de España, ya incluía críticas de libros. De algunos escritores de este periodo puede decirse que fueron excelentes críticos: Arias Montano, Clavijo y Fajardo, García de la Huerta, Forner, el P. Feijoo... En el siglo XIX, nombres como Campmany, Gallardo, el propio Mariano José de Larra, llevaron la crítica hasta muy altos niveles de calidad. 

DOS GRANDES CORRIENTES

En la actualidad existen dos grandes ámbitos en los que tradicionalmente se divide la actividad de la crítica: la académica o universitaria (didáctica) y la periodística o de actualidad (de comunicación). La primera suele ceñirse al campo científico de los centros universitarios o de educación superior y está realizada por profesores, investigadores, teóricos o expertos, destinada a su divulgación en publicaciones científicas dirigidas a un público minoritario, y escrita en un lenguaje especializado. Se origina en el ámbito del estudio y la investigación y se instala en los terrenos de la pedagogía y la enseñanza. Su pretensión es ser un documento científico, para lo que utiliza con frecuencia la cita y las notas a pie de página. No tiene una función valorativa porque en realidad se aplica a productos culturales cuya calidad es indiscutible. Su influencia en el público de masas es mínima, aunque a largo plazo es más permanente, pero es indudable su utilidad para profesionales y especialistas. Una de las principales características de esta crítica es su desapego de la actualidad o de la moda.

Por el contrario, la crítica de actualidad tiene como objetivo prioritario influir de una manera instantánea en los gustos de la sociedad a la que se dirige: un público amplio y heterogéneo que normalmente carece de tiempo para la reflexión y el estudio en profundidad (Véase La crítica literaria en la prensa, de Domingo Ródenas. Ed. Marenostrum). En esta corriente, el segundo término del sintagma crítica periodística se impone al primero, porque a la prensa le interesa por encima de todo la actualidad. Por lo tanto, esta crítica, que algunos llaman periodística y otros inmediata o de oficio, se sitúa en un plano temporal que sólo permite la valoración que complace a esa actualidad (una actualidad flexible o al menos más flexible que la de otras áreas informativas). Es más informativa que analítica; informa más que estudia. Respeta la peculiaridad del medio (periódico, suplemento o revista especializada) y no ensaya fórmulas propias de la crítica académica ya que sus destinatarios no suelen ser profundos conocedores de los temas que trata. En la crítica periodística es importante tanto la información (su naturaleza y sus contenidos) como la valoración de la obra. Por encima de toda consideración el crítico trata de interpretar qué quiso decir el artista con su obra y cuáles han sido los recursos que ha utilizado. Aunque se dirige a un público mucho más amplio que el de la crítica académica, sus efectos, sin embargo, no dependen tanto de la calidad o independencia de su autor como del impacto del medio en el que se publica, y en él, de factores como el emplazamiento o el tratamiento icónico.

Esta realidad nos lleva a considerar que realmente quien decide el éxito o fracaso de los productos culturales es en primer lugar el medio en el que se publica la crítica y en segundo lugar la categoría, consideración y prestigio del crítico (dejamos de lado aquí el efecto de la promoción y la publicidad, que suelen ser más efectivas que la propia crítica y aún contrarrestar sus posibles efectos negativos). Y esto es más importante si tenemos en cuenta que es el propio medio el que decide cuáles son las obras cuyas críticas se van a publicar en sus páginas, cuya elaboración, en casi todos los casos, encarga después a críticos profesionales según los criterios del medio. Esta mecánica alerta sobre el hecho de que los intereses de los medios de comunicación pueden prevalecer sobre la calidad de las obras culturales, en una época en la que la mayor parte de las publicaciones pertenecen a grupos multimedia de los que forman parte importante todo tipo de industrias culturales: productoras de cine, discográficas, editoriales, incluso galerías de arte.  A todo ello hay que añadir que las secciones de crítica de los diarios son cada vez más exiguas, lo que dificulta la labor de toda buena crítica. La tendencia de la crítica de los periódicos es la de reducirla a tres párrafos: el primero dedicado al autor, el segundo a describir la obra y el tercero a emitir un juicio valorativo, muchas veces elaborado con los datos que las propias empresas editoras proporcionan a los críticos. No hay que eludir tampoco el hecho de que en ocasiones la crítica se mueve también por intereses corporativos, tanto de los medios y de las industrias culturales como, a veces, de los propios críticos. En realidad lo que ocurre es que el mercado soporta difícilmente las críticas en profundidad. Algunas publicaciones restringen sus críticas negativas para no espantar la publicidad de sus promotores; ciertos críticos suelen trabajar con determinadas editoriales, y algunos escritores tienen su crítico de cabecera mientras otros se sienten perseguidos por un determinado crítico (Bernardo Atxaga por Ignacio Echevarría o, en cine, Almodóvar por Carlos Boyero). Esta situación ha provocado la desconfianza de los lectores hacia la objetividad de la crítica y ha facilitado la aparición del fenómeno “boca a boca” o “boca a oreja”, que en ocasiones es muy eficaz, como ocurrió con las novelas La sombra del viento y Entre costuras. Es por todo esto por lo que la función de la crítica se hace más necesaria para distinguir la calidad de los productos que salen al mercado cultural y descubrir aquellos valores que se sitúan más allá de los del consumo y del ocio.

Es esta situación un motivo más para potenciar la función de la crítica honesta y especializada, necesaria en nuestra sociedad mediática para distinguir la calidad de los productos que salen al mercado cultural, así como descubrir a sus consumidores aquellos valores que se sitúan más allá del mercado del ocio.

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