En el fondo, Europa está presa de la deformada y complaciente imagen de sí misma que tienen sus instituciones, gobiernos y sociedades. Todos se han creído la supuesta superioridad del modelo europeo, el mismo que se quiere exportar –manu militari, si hace falta- pero que a la hora de la verdad no da la talla, lo que obliga a los mismos propagandistas del mismo a recular a marchas forzadas y donde dije digo, digo Diego. Lo que Europa debe entender es que la gente viene aquí no porque el modelo europeo les parezca maravilloso, y mucho menos superior. Vienen simplemente porque es lo que tienen más a mano al ser forzados a huir de crisis creadas en parte o en todo por los mismos europeos. La actual emergencia no admite discusión en ese sentido. Los refugiados vienen mayoritariamente de Siria. Sí, la misma Siria que hace cinco años recibía ocho millones de turistas al año y de la que nadie se marchaba. ¿Qué ha pasado? Pues que los europeos liderados por Francia en esta materia y siguiendo la estela de EE UU, se han aliado con las dictaduras islamistas del Golfo Pérsico y el cada vez más inquietante régimen islamista radical turco para desestabilizar Siria. Todo lo demás, es pura propaganda, y de la mala, por cierto. Cinco años después, las pueriles, infantiles y fantasiosas excusas para justificar aquello ya no merecen ni ser comentadas por lo irrefutable y abyecto de sus criminales consecuencias. Basta con comparar la Siria de hoy con la de hace cinco años. Punto.
Sin embargo, si a los europeos de verdad les preocupa la actual crisis de los refugiados lo tienen más que fácil. Deben exigir ya a sus gobiernos un cambio inmediato de sus políticas de criminales consecuencias hacia Siria. Cinco años después del comienzo de la crisis –antes y con todos sus problemas nadie se iba; Siria incluso acogió a un millón y medio de desplazados iraquíes desde 2003- está claro que el componente principal de la misma es la desestabilización que Siria ha sufrido por parte de estados con los que la UE tiene relaciones preferentes e incluso carnales, pese a lo repugnantes que resultan. Arabia Saudí, Qatar y Turquía –ninguno de ellos ni por asomo modelo en nada para Siria ni para ningún otro país- han estado apoyando de todas las formas posibles y con un entusiasmo nauseabundo a grupos armados islamistas que han desestabilizado Siria. Hay que exigirles ya que dejen de hacerlo, aunque solo sea por el propio interés europeo, para que Europa al menos pueda salvar una cara que a día de hoy no aguanta ningún espejo. Ahora bien, eso puede suponer la pérdida de algunos negocios muy lucrativos con esos insufribles regímenes pero llegados a este punto hay que elegir. O business con quien no se debe o seguridad, estabilidad y –sobre todo- menos demandantes de refugio y asilo. Se siente pero las dos cosas no son compatibles. O una u otra.
Las sociedades europeas deben exigir a sus gobiernos que cambien sus políticas desestabilizadoras con Siria –lo mismo puede decirse de Libia, Iraq, Egipto, Yemen, etc.-. Unas políticas justificadas en esa supuesta e inexistente superioridad civilizatoria y moral de Europa. El caso de Siria es escandaloso en ese sentido. Se trata de una sofisticada sociedad multiconfesional que desde la Independencia de Francia –¡que se despidió bombardeando a mansalva el Parlamento sirio en Damasco!- se dotó de un sistema político aconfesional para garantizar una coexistencia milenaria entre cristianos y musulmanes inimaginable en una Europa con pasado reciente de pogromos, genocidios y limpiezas étnicas a tres y cuatro manos. En Siria jamás han existido códigos de vestuario, imposiciones culturales a partir de las religiones o limitaciones a la construcción de templos de cualquier confesión. Su calendario laboral, por ejemplo, incluye fiestas cristianas y musulmanas. Nada de eso pueden decir no ya los socios de Europa en la región, si no los propios estados de la UE, donde aún hay miembros con religión de Estado y países en los que existen códigos de vestuario, Francia, sin ir más lejos.
Pero para suerte de Europa, en aquellos lugares de Siria donde los grupos armados han sido derrotados y desalojados, la población desplazada empieza a volver. Los desplazados tienen allí sus casas y sus vidas. Con un simple cambio de políticas exigidas por las sociedades a sus gobiernos se puede ayudar a que más personas recuperen antes las suyas. En ese sentido, la UE no puede seguir siendo rehén de sus negocios de corto plazo, las resentidas y grandilocuentes políticas neo-imperiales francesas y el fracasado e inmoral “caos creativo democratizador” impulsado por unos EE UU que saben que por distancia geográfica el costo de la desestabilización jamás lo pagan ellos sino esa Europa ensimismada y, visto lo visto, extrañamente pagada de sí misma.
De todas formas, ya da un poco igual. La crisis en Siria se está resolviendo. Cada día que pasa el Estado recupera más territorio, lo cual permite la vuelta a las ciudades liberadas de terroristas de esos desplazados hartos del trato inhumano que reciben en Europa y en los campos de refugiados de Jordania y, sobre todo, de Turquía, país este que ha hecho un uso indecente de los mismos después de haber prestado con gusto su territorio para la desestabilización de Siria. Una Turquía que Europa trata con una condescendencia intolerable con quien tiene muchas explicaciones que dar respecto a Siria, los kurdos, la falta de libertades en su suelo y otros vagones del expreso de medianoche con el que Turquía quiere entrar en la UE por la escasamente sublime puerta de atrás. El problema para Europa, sin embargo, es que pocos países tienen la capacidad de resistencia y fortaleza estatal de Siria. Hay otros muchos –que pase el siguiente- que pueden ser aún más desestabilizados que Siria provocando de paso una nueva y todavía más grande crisis de refugiados. Esos países, además, están mucho más cerca. ¿Lo entenderá Europa?