Lo ocurrido en la noche del viernes al sábado, mientras, es el resultado innegable de la desestabilización en los últimos años de varios estados soberanos. En particular de Iraq y Siria, donde las suicidas políticas de algunas potencias, entre ellas y de manera muy destacada las de Francia, han propiciado la aparición y posterior desarrollo de una estructura como el Estado Islámico, la organización que sin ningún género de dudas es responsable de lo ocurrido en la discoteca y otros puntos de París. La muy cuidada reivindicación propagandística de esos ataques y las pruebas ya halladas y procesadas no permiten manipulaciones como las del mes de enero. Entonces se arrastró a los medios de comunicación a debatir si detrás de lo de la revista satírica y el supermercado kosher estaban Al Qaeda o lo que entonces de manera igualmente propagandística y sin fundamento alguno se llamaba ISIS o ISIL, una organización que había desaparecido oficialmente a mediados de 2014 para dar paso a lo que estos días sí se empieza a llamar por su nombre: Estado Islámico. Se trata de una organización que contrariamente a lo que se ha intentado hacer creer no tiene ninguna definición territorial –Iraq y Levante o Siria- porque es global, está en todos aquellos sitios donde puede hacerlo y no busca crear una entidad territorial, sino mundial. El que a diferencia de lo ocurrido en enero las autoridades francesas llamen al Estado Islámico así, por su nombre, es un paso en la buena dirección porque para empezar a enfrentar los problemas lo primero es saber llamarlos. Algo es algo.
Menos alentador es lo que ha seguido, ni más ni menos que una “declaración de guerra” a una organización a la que al mismo tiempo se define como terrorista. La guerra se declara entre iguales, es decir, entre estados legítimos, soberanos y reconocidos internacionalmente. Las autoridades francesas están cometiendo así el mismo error de George Bush tras los atentados de 2001 en EE UU. La legitimidad que el mal uso del lenguaje dio entonces a Al Qaeda se repite ahora con esta organización que no por nada se hace llamar Estado Islámico. Supone una victoria semántica del terrorismo de primera magnitud, equivalente a esa que Francia y otros han regalado a esos grupos que operan en Siria al presentarlos durante años como “rebeldes moderados” simplemente porque respondían a sus intereses. Preocupantes son también los primeros anuncios sobre la forma en la que Francia pretende librar esa mal llamada “guerra”. Asegura que lo hará en términos militares, particularmente en Siria, donde lleva años abogando por una intervención armada abierta, más que contra los grupos que el comportamiento irresponsable de París ha contribuido a crear, contra el gobierno del Estado de la República Árabe Siria, el único que de verdad lleva años combatiendo sobre el terreno al terrorismo de vocación global, desde hace poco con la ayuda abierta y muy efectiva de Rusia. Moscú supo ver desde el principio el peligro asociado a la desestabilización de Siria y llegado el momento acompañó su coherente política exterior con una intervención militar decisiva. Por eso, y al lado de Rusia, nada puede aportar Francia en términos militares. Sí lo puede hacer en el ámbito político, donde Hollande -como el turco Erdogan- ha ido mucho más allá que Obama o Cameron en su belicoso odio contra Siria y su pueblo, comprensible dada la sangrienta historia de Francia en Siria, desde las Cruzadas –en Siria los cruzados aún hoy son identificados como franceses- a un criminal mandato impuesto tras la Primera Guerra Mundial y terminado en 1946 con el bombardeo del Parlamento sirio cuando declaraba su Independencia de la potencia imperial y colonialista que mataba, encarcelaba y torturaba a los patriotas sirios, como en la época de las Cruzadas, a cristianos y musulmanes por igual.
En todo caso, esta vez Hollande lo tiene fácil. A diferencia de lo que ocurre en su intensísima y muy pública vida amorosa, en la que se debate entre rubias, morenas o castañas; entre periodistas, políticas o actrices; entre Ségolène, Julie o Valérie, aquí las opciones son solo dos y no más. O cambia radicalmente sus políticas y utiliza su peso en la Unión Europea y el Consejo de Seguridad de la ONU para llamar al orden a sus aliadas las dictaduras petroleras del Golfo Pérsico que alimentan ideológica y financieramente al terrorismo salafista y a la Turquía islamista por la que van y vienen los yihadistas que actúan en Iraq, Siria y también Francia; o agrava aún más la situación con su inflamada e igualmente machista retórica militarista. Un discurso con el que envuelve una patética y desfasada grandeur republicana de salón, tan frívola como la cobertura periodística francesa de los líos de alcoba de este y otros inquilinos del Palacio del Elíseo mientras hacen la vista gorda sobre las consecuencias de sus políticas, las mismas que causan daños irreparables en territorios lejanos que nunca quisieron pertenecer a la francofonía global. Veremos si Monsieur Hollande, ese hombre, está a la altura de las circunstancias. Los atormentados franceses, hoy encerrados en casa por el acoso terrorista en las calles, se lo agradecerán. También los sirios, que sufren desde hace varios años y multiplicado por mil el horror desatado en París por los terroristas. ¿O hay que llamarlos “rebeldes moderados”, Monsieur le Président?