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Jueves, 05 Noviembre 2015 15:59

Libre mercado de escusado

Escrito por 
Pablo Sapag/ Foto: Alberto de la Cruz Pablo Sapag/ Foto: Alberto de la Cruz

Los opositores al gobierno dicen que en Venezuela no hay papel higiénico en supermercados y droguerías de barrio. Los partidarios del ejecutivo de Nicolás Maduro afirman que no es verdad y que cuando falta de las estanterías es por el acaparamiento de algunos en el marco de una estrategia para debilitar a través del desabastecimiento a un gobierno que se reclama popular. Un debate muy parecido se dio en el Chile de Salvador Allende hace ya cuarenta y cinco años, un periodo que golpe de Estado mediante acabó en 1973 dando paso a una dictadura militar y la entronización de un sistema socio económico de libre mercado que llegó a asustar al mismísimo ideólogo del mismo, el profesor de la Universidad de Chicago Milton Friedman. Para atemperar el malestar que a los chilenos les provocó semejante tratamiento de choque –Noemi Klein-, se les dijo que el esfuerzo valdría la pena. Que pasados unos años verían las ventajas de un modelo que deja todo en manos del mercado, un mercado siempre abastecido y tan perfecto que de la mano de la competencia regularía por sí mismo los precios siempre en beneficio de los consumidores, que no ciudadanos, claro. Por algo el sistema se impuso a través de un golpe de Estado.

Han pasado ya cuatro décadas, el tiempo que Friedman y sus aprendices chilenos, los llamados Chicago boys –economistas educados en esa ciudad estadounidense-, consideraban más que suficiente para que el sacrosanto mercado alcanzara su plena madurez. De sus augurios, sin embargo, solo se ha cumplido una parte. Es verdad que en Chile es muy fácil encontrar papel higiénico, eso que desde siempre los chilenos han llamado papel confort, utilizando la única marca comercial existente hace unas décadas como sinónimo del producto genérico; como en España papel albal para referirse al papel de aluminio utilizado en la cocina y para envolver los bocatas. Esa insistencia en llamar confort al papel higiénico sea cual sea la marca comercial del mismo y los inverosímiles formatos con los que se oferta en Chile, resultaba contradictorio con esa aparente variedad de oferta del mercado. En realidad, y aunque sin ser conscientes de ello, con su tozudez lingüística los chilenos estaban poniendo en solfa no solo las virtudes de ese libre mercado que rige sus vidas, también la majadería propagandística que ha permitido por décadas presentar a Chile como el alumno aventajado de América Latina al ser aquel en el que el mercado funciona como un reloj. Porque estos días se ha descubierto que por varios años las dos principales empresas productoras de papel higiénico en Chile estaban coludidas para fijar al alza los precios de venta de sus productos. Se trataba de que la venerada mano invisible de Adam Smith no les impidiera ganar de la manera escandalosa con la que esas y otras muchas empresas se lucran en un Chile donde en realidad lo que hay son monopolios o duopolios perfectos y muy poco o nada de libre competencia. Un pacto bajo cuerda entre los principales ejecutivos de ambas empresas que no dudaron en destruir pruebas, crear cuentas falsas de correo electrónico y usar otras tretas propias de los carteles de la droga para encubrir un negocio millonario. El propio Estado de Chile, ese que desde hace cuarenta años ha hecho dejación de funciones básicas para convertirse en estructura mínima para no molestar al mercado, ha calculado en varios millones de euros las pérdidas producto de este escándalo. Durante años ha venido comprando rollos de papel higiénico para los escasos espacios de titularidad pública que hay en Chile al precio desorbitado que marcaban esos otrora alabados empresarios, los mismos que estos años también han ocupado algunos cargos públicos con la excusa de que los privados lo hacen todo mejor que los funcionarios públicos. Sin duda, una exageración porque por lo visto en Chile las diferencias apenas son de ingresos económicos –un detalle, nada más-. El mercado ha conseguido lo que ningún sistema de socialismo real o parecido ha logrado jamás ni en América Latina ni en otras latitudes: el que todas las personas sean exactamente iguales, incluso cuando van al baño. Lo que une a todos los chilenos se llama, confort, papel confort. Igualitarismo de mierda, sí, pero igualitarismo al fin y al cabo. ¡Viva el libre mercado! 

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