En su despacho de la consultora LLORENTE & CUENCA, donde desde 2014 es “Vicepresidente de Asuntos Europeos”, José Isaías recibe a Infoactualidad para analizar algunos temas que ocupan el orden del día en Bruselas.
Ha trabajado en la CEOE representando intereses de las empresas españolas antes y después de la entrada de España en la UE. ¿En qué consiste esa representación?
- Hasta el año 1985, como Director Adjunto en Madrid del Departamento de Comunidades Europeas, mi misión era coordinar los puntos de vista del empresariado español en los diversos capítulos de una compleja negociación, que permitiese a la CEOE tener una posición en las negociaciones de adhesión de España a las entonces llamadas Comunidades Europeas, hoy Unión Europea. Durante ese proceso de negociaciones -que formalmente empezaron el 5 de febrero de 1979 y que terminaron el 12 de junio de 1985 con la firma simbólica del Acta de Adhesión-, realizamos un seguimiento muy próximo de la evolución del mismo. Inicialmente, preparamos un documento titulado Posición del empresariado español antes las negociaciones de adhesión de España al Mercado Común Europeo, en el que explicábamos, lo que significaba que España se abriese a la economía y al entramado de la integración europea. Además, realizamos un análisis de la economía española en el que había sectores muy competitivos, como el de la agricultura, y otros que necesitaban una mayor adaptación, como fue el caso del aparato productivo industrial.
A finales de 1985, José Mª Cuevas, presidente de la CEOE y Juan Jiménez de Aguilar, Secretario General, me dijeron que había llegado el momento de desplazar el peso de la acción del empresariado español ante las instituciones europeas a Bruselas, donde teníamos una presencia pequeña. En enero de 1986, coincidiendo con la entrada de España en las Comunidades Europeas, me fui a Bruselas. En principio, con la idea de estar poco tiempo, ya que no sabía como podría adaptarse mi familia. José Mª Cuevas me dijo que aguantara dos años y yo le pedí al Secretario General de CEOE que me concediera seis meses de margen. Estuve 25 apasionantes años de mi vida como Director de la CEOE en Bruselas, que coincidieron con la entrada de España en las Comunidades Europeas, con el Acta Única Europea y con las modificaciones posteriores: Maastricht, Ámsterdam, Niza y Lisboa, así como con varias ampliaciones en las que se incorporaron un número muy significativo de nuevos Estados miembros.
Tras haber vivido en Bruselas una parte muy relevante del proceso de integración de la Unión Europea, ¿qué momento destacaría?
- Es difícil, he tenido la oportunidad y el privilegio de vivir momentos increíbles, como la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. El día antes estaba en el edificio Berlaymont despidiendo a un miembro de mi familia que se iba a Berlín a hacer una visita de estudios. Le dije: “No pierdas la ocasión de hacerte una foto frente al muro, porque dentro de 10 años tal vez no esté”. Y esa misma madrugada, cayó. Considero muy importante también la entrada en vigor del mercado único europeo el 1 de enero de 1993, así como la llegada, de golpe, de 10 nuevos Estados miembros. Pero también debo mencionar la desaparición de fronteras gracias a Schengen y cómo no, la adopción de la moneda única: el euro. Cuando el 1 de enero de 2002 estaba sentado en una cafetería de Sevilla pagando en euros, sentí una tremenda emoción. El euro, a mi juicio, es la piedra angular de lo que significa construir una Europa unida. Puedes poner una bandera azul con las estrellas amarillas; puedes tener un pasaporte donde esté escrito “España” y “Unión Europea”, pero la moneda es algo tangible y un gran símbolo de unidad.
En un centro de poder político como lo es la Unión Europea se arremolinan grupos de interés que tratan de influir en las decisiones. El pasado mes de enero entró en vigor una reforma del registro de transparencia de lobbies propuesto por Juncker, ¿qué opinión tiene de este registro?
- El tema de la transparencia es algo que ya se debatía en la Unión Europea, particularmente durante la primera Comisión Barroso. En aquellos momentos, yo era el delegado permanente de la CEOE ante BUSINESSEUROPE, que engloba a todas las organizaciones empresariales de los Estados miembros más las de otros países como Turquía, Islandia, Suecia o Noruega, 36 países en total. Debatíamos sobre si tenía que haber o no un registro de transparencia, manteniendo la tesis de que las organizaciones empresariales somos instituciones que representamos con legitimidad e independencia al colectivo empresarial. Parecía que inscribirnos en un registro de “lobby” era salirnos de la vía por la que teníamos que ir, pero luego nos preguntábamos: “¿Tienes algo que ocultar?”, “¿No quieres ser transparente?”. Actualmente, vivimos la época de la “hipertransparencia”, en la que uno tiene que mostrarse tal y como es ante los ciudadanos, que te escrutan permanentemente gracias a la explosión increíble de las tecnologías de la comunicación y la información. Hoy en día, cuando una empresa se inscribe se le asigna un número de identificación, unas personas de referencia y una tarjeta informativa a partir de la cual la Comisión o el Parlamento pueden saber con quién están hablando, cuánto factura al año, el objetivo de su acción, etc.
¿Contribuye el registro a hacer el entramado de Bruselas mucho más transparente?
- Claro. En la Unión Europea es muy importante escuchar a aquellos que, de una manera transparente y honesta, tienen el suficiente conocimiento y representatividad para dar su opinión, ya que el impacto que pueda tener una futura legislación de la UE puede variar según la manera en que se haga. Por ello, creo que un registro de interlocutores no es solo algo que debe verse normal, sino también necesario. No hay lugar en el mundo con mayores dosis de libertad, seguridad y protección social que la Unión Europea, por eso, lo importante es que las instituciones europeas valoren los mensajes que les llegan y hagan lo que más convenga para el crecimiento y el empleo, para la generación de riqueza y bienestar y para que Europa siga siendo un foco de prosperidad en el mundo.
Además de escuchar, otro papel de las instituciones es comunicar las decisiones que se toman a diario. Se acusa a la UE de lanzar un mensaje complejo y disperso, que no llega a un público masivo. ¿Cuál es el problema?
- Todo el entramado en torno a la unión y la integración europea es muy complicado. Si algo complejo se lo trasladamos a las personas en su vida cotidiana de una manera excesivamente técnica, lo normal es que lo sientan lejano y les cueste comprenderlo. Creo que el día en el que los documentos de las instituciones europeas se redacten para que los entienda alguien que no necesariamente esté volcado en esto, habremos dado un gran paso hacia delante para lograr más afección por los temas europeos. En España hemos pasado de ser unos europeístas a ser “eurocríticos”. Eso no es malo, a condición de que la crítica tenga el fundamento de que se ha tenido la oportunidad de informarse. Lo que no puede ocurrir es que nos informemos a través de noticias que buscan el sensacionalismo y resaltar lo negativo. Parece que llama más la atención lo destructivo que lo constructivo y quizá ese no sea un buen enfoque. Lo idóneo es que quien trate el tema de la UE lo haga desde el conocimiento que le permita poder trasladar a la ciudadanía que a pesar de su complejidad, Europa puede entenderse.
Cada institución tiene sus normas y sus directrices para comunicar, ¿sería mejor que existiera una política de comunicación coordinada entre las instituciones?
- Aunque se puede hablar de una opinión pública española o francesa, es complicado decir que hay una opinión pública europea. Es verdad que nos sentimos europeos, pero también nos sentimos muy españoles, franceses, británicos, o alemanes. Se han hecho cosas muy importantes que contribuirán, con el tiempo, a una visión común de Europa, pero el que haya una política de comunicación común para la Comisión, el Parlamento, el Consejo, el Tribunal de Justicia y el Banco Central Europeo, lo veo de muy difícil realización práctica. Me conformaría con que hubiera una percepción general de que Europa intenta dar soluciones a los problemas de los ciudadanos y que para ello sus instituciones actúan, cada vez más, con un mayor nivel de coordinación.
La UE se enfrenta en los últimos meses a algunos de los retos más importantes de su historia, como lo es la masiva llegada de refugiados, ¿qué opinión tiene de la gestión de esta crisis por parte de los 28?
-La cantidad de refugiados cuya admisión se está negociando representa solo el 0,11% de la población de la UE. Es verdad que hay tres países que han sufrido más que el resto la presencia de refugiados, como lo son Grecia, Italia y Hungría. Europa tendrá que valorar de qué mecanismos se dota para repartir equitativamente esas personas. También hay otro elemento fundamental que es la tragedia humanitaria. ¿Cómo podríamos mirarnos al espejo y soportarnos nuestra propia mirada cuando sabemos que en las puertas de esa querida y vieja Europa se vive esta tragedia? Creo que tenemos que responder con audacia, inspirándonos en lo que hemos deseado para nosotros mismos. Un empresario sueco me enseñó hace muchos años que ninguna empresa se va de donde piensa que va a funcionar bien su negocio. Traslademos esta reflexión, por supuesto con toda la crudeza de lo que estamos viendo, a la salida de seres humanos que tienen que iniciar una nueva vida en lugares muy distintos a aquellos en los que hubieran deseado vivirla. Tenemos, igualmente, que pensar en cómo podemos contribuir a que lo que está ocurriendo en los lugares de origen no siga ocurriendo.
España es la cuarta economía de la zona euro y el tercer país que recibirá mayor cantidad de refugiados tras Alemania y Francia. ¿Por qué parece que Madrid no es tan importante y que las decisiones siempre las toman Berlín y París?
- Hay seis países fundadores de lo que hoy conocemos como Unión Europea. Dos de ellos son protagonistas muy importantes de la reciente historia de Europa. No podemos discutirle a Francia y a Alemania lo que representan dentro de la Unión. Está bien que tiren un poco del carro de la integración, sin que eso deba suponer que sustituyan a las instituciones comunitarias. Ahora bien, aunque no se pueda comparar el peso de Alemania o Francia con el de Croacia, éste último es tan Estado miembro de la Unión como lo son los dos primeros. Es la grandeza de un proyecto integrador del continente europeo en donde caben todos aquellos que acepten y respeten sus reglas de juego.
¿Tiene España el peso que le corresponde dentro de la Unión Europea?
-España llegó en 1986 a este proceso y desde el primer día y a lo largo de estos casi 30 años de pertenencia al mismo, ha demostrado que es un buen alumno que responde y asume sus compromisos. El peso que le corresponde a España hay que mirarlo desde un punto de vista teórico y práctico, al igual que cuando contemplas un sello de valor facial de un euro, si es una pieza rara para un coleccionista tendrá un valor de mercado diferente. Es preciso estudiar el papel de España en la Unión Europea cuantitativa y cualitativamente. Podemos ver si Francia tiene el mismo número de directores generales en las instituciones europeas que España o no, pero también hay que analizar el peso cualitativo de sus funcionarios: su capacidad de influencia, interlocución, etc. ¿Hemos tenido mejores tiempos dentro de las instituciones de la UE? En estos 30 años pienso que sí. Últimamente hemos perdido, a mi juicio, peso cualitativo en las mismas. Es necesaria una estrategia, en este sentido, compartida por gobierno y oposición que tenga un enfoque estructural.
Por otra parte, es importante que España ofrezca una visión de liderazgo, que ponga documentos con posiciones claras encima de la mesa que, incluso, anticipen debates, y que nuestros líderes políticos sean capaces de desenvolverse en las distancias cortas en Bruselas.