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Lunes, 19 Enero 2015 00:00

Lápices vs Kalashnikov

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No ha sido pequeño el impacto del atentado en Charlie Hebdo y el ataque al supermercado judío en París a manos de un grupo de terroristas. Una barbarie así a nadie deja indiferente. Y la cadena de consecuencias, cuando los días empiezan a difuminar los hechos, se parece más bien a un devastador terremoto que no deja de tener réplicas. La multitudinaria manifestación de París fue todo un ejercicio de “grandeur”. La cara vista, la gran foto, la de los líderes de distintos países, mostrando unidad y solidaridad con una Francia noqueada. La cara oculta… la preocupación por el hecho de que importara más esa foto que el mensaje. ¿Acaso no había políticos entre los asistentes cuya trayectoria o decisiones podían ser más bien discutibles? No hablo de economía, hablo de derechos, libertades… En cualquier caso, yo prefiero quedarme con las imágenes panorámicas de una multitud que quería mostrar esa firmeza que sale de dentro cuando no se tiene miedo.

No han sido pocas las voces que me pedían una opinión al respecto. Con ciertos asuntos me gusta tomar distancia, sobre todo porque más que opiniones, me gustaría dar soluciones. Los sucesos de París tienen tantos dobleces que es tan fácil ser demagógico, indocumentado, proselitista o chafardero de barrio como difícil comprender todas las claves. Del “yihadismo” al problema de la inmigración, el abanico de inexactitudes, respuestas políticamente correctas y tratamientos periodísticos provocan un ineludible sonrojo. Charlo del tema con Valeria, una amiga que vive en París y que, como es buena observadora y ha visto mucho mundo, sabe hacer unos retratos muy precisos: “En realidad, es una historia que tiene muchos años detrás, casi desde la guerra de Argelia. División y comunidades enfrentadas desde hace años. Imagina que la guerra de Argelia es un tema muy tabú”. De nuevo, el juego de centros y periferias y sus heridas mal cerradas. El problema surge cuando esas periferias sangran dentro de los propios centros. Marginalidad y desigualdad no fueron nunca un buen caldo cultivo para combatir los comportamientos extremistas. Peor escenario se dibuja si se añade la patología del radicalismo religioso-político y redes de terror que saben qué tecla tocar para hacer que todo estalle.

De momento hay quien ya mueve sus fichas políticas. La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, pide la suspensión del Tratado de Schenghen. Proteger mejor las fronteras y limitar la libre circulación de personas entre los distintos Estados miembros de la Unión Europea evitaría este tipo de atentados. Esa es su premisa aunque en este caso hemos visto cómo el enemigo juega en casa. Está claro que hay que reforzarse, pero quizás todo pase por una mejor eficacia y una mejor colaboración entre los socios comunitarios. Y no sólo. Algunas voces en Francia han reclamado una más y mejor cooperación internacional. Hay que proyectar la mirada mucho más allá para intentar aplacar la furia del fundamentalismo. En cualquier caso, la soflama de Le Pen no es la única que debería haber sacado los colores. Sobre todo porque muchos se han expresado pensando en dos cosas: generar titulares en la prensa y medir su impacto instantáneo en las encuestas con un vergonzante electoralismo.

Y mientras… el extremismo que también mata fuera, pasa desapercibido y sin manifestaciones multitudinarias. Perdón por ser pesado, pero… de nuevo… centros y periferias. El último ataque de Boko Haram en Nigeria —que bien sabemos que no será el último—es solo un ejemplo.

Las tragedias de París también han abierto el siempre mal llevado debate de la libertad de prensa. “Reírse de todo” es la clave de Charlie Hebdo. La actitud no gusta a quienes consideran que sería necesario marcar ciertos límites porque lo irreverente a veces es demasiado inflamable. En teoría el debate no debería ser tal en un Estado de derecho. En cualquier caso, por afilado que esté el lápiz de la caricatura no debiera jamás plantearse una situación en la que la respuesta sea un manotazo en la mesa. No es lo mismo, no puede ser lo mismo, un trazo en el papel, que un disparo con kalashnikov.

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