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Sábado, 15 Noviembre 2014 00:00

Cría cuervos

Escrito por 

James Foley era un periodista estadounidense que fue asesinado por el método de la decapitación el pasado mes de agosto por el Estado Islámico. Su muerte, como la de otro reportero estadounidense y dos cooperantes británicos, ha causado una gran conmoción en un mundo occidental hasta entonces totalmente ajeno a lo que estaba ocurriendo en Siria. En el país árabe se han producido cientos, si no miles de asesinatos similares. La única diferencia es que esos muertos eran sirios -cristianos y musulmanes de cualquier denominación- y no occidentales. Ninguna de esas muertes pareció importar a aquellos que con su complicidad, su pasividad, su ignorancia o todas las anteriores juntas han contribuido a la creación de ese grupo que ahora tanto preocupa. Y así es porque esa organización terrorista no nace de la nada. Es el sumidero de buena parte de los grupos armados que llevan interviniendo en Siria desde el año 2011. Grupos a los que alegremente se ha calificado en los medios de “revolucionarios”, “rebeldes moderados”, “freedom fighters”, “guerreros del flower power” de la muy mal llamada “primavera árabe” y así. En una especie de síndrome de Estocolmo por adelantado, algunos de los periodistas posteriormente secuestrados por ese u otros grupos los aclamaban como héroes en crónicas pretendidamente informativas que, en realidad, eran pura propaganda mala y barata. Algunos –y ahí están las hemerotecas- ni siquiera variaron el tono tras ser liberados gracias al pago de rescates millonarios que, por cierto, han servido para que esos grupos siguieran financiando sus actividades en Siria e Iraq. Acciones que ya no tienen fronteras, como bien claro ha dejado esa propaganda de factura y códigos globales del Estado Islámico.

En las decapitaciones de Foley y los otros tres occidentales las víctimas aparecían con un mono de color naranja idéntico al que Estados Unidos pone a los presos de la ilegal prisión de Guantánamo. Según se ha sabido, a los secuestrados occidentales ese grupo los torturaba metiéndoles la cabeza en una tinaja con agua, tal como se ha denunciado hacían los carceleros en Guantánamo. De esta forma el Estado Islámico, que domina la propaganda como pocos, recurre a la técnica del espejo, poniendo a los occidentales frente al cristal que les devuelve el reflejo de lo que han hecho con otros, por acción y, sobre todo en el caso de los medios, por omisión o dejación de funciones. Porque en realidad ese espejo deberían haberlo sostenido los medios de comunicación y los periodistas que trabajan en ellos. Primero, informando con rigor y en tiempo real -no a posteriori, porque todos somos generales después de la guerra- de hechos como la invasión de Iraq y sus obscenas justificaciones del tipo “el enemigo utiliza armas prohibidas”, armas –que como en Siria- no existían o no se usaron. Medios que igualmente debieron informar de las consecuencias en el tiempo de esa aventura criminal. Más recientemente, el periodismo debió alejarse de la propaganda yihadista-occidental utilizada para justificar la desestabilización de Siria y de todo Oriente Próximo. Tiempo ha habido, porque se van a cumplir ya cuatro años desde el comienzo de esa operación en la que participan también varias dictaduras absolutistas, integristas y misóginas del Golfo Pérsico. O un estado de la zona que se define por su carácter monoconfesional, una anomalía que contrasta con el carácter aconfesional de estados que como Siria garantizan al máximo la multiconfesionalidad social.

Solo ahora, cuando el Estado Islámico decapita occidentales vestidos con mono naranja de preso de Guantánamo parece que los medios y algunos –no muchos- periodistas se dan cuenta de que con su dejación de funciones informativas han contribuido a crear un monstruo corta cabezas. Informar supone contextualizar, jerarquizar, ordenar, precisar, identificar fuentes plurales y no únicas, diferenciar información de propaganda y un largo etcétera. Informar también significa tener responsabilidad profesional y social. Hoy el Estado Islámico pone al periodismo frente al espejo de sus vergüenzas y sus muchas carencias. Foley, pero también todas las demás víctimas se merecen una autocrítica a fondo que permita al periodismo recuperar su credibilidad perdida para seguir siendo útil a la sociedad, ya sea por acción o por omisión, porque cuando no se sabe es mejor no informar que hacerlo mal. Que se lo pregunten a los sirios y a los iraquíes, por ejemplo.    

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