Aunque se ha avanzado mucho, en el presente los estudios señalan que todavía se está lejos de conseguir la igualdad de género. El desequilibrio social entre mujeres y hombres se manifiesta hoy de muchas formas. Por ejemplo, según ha demostrado la Organización Internacional del Trabajo, aún existe una brecha salarial, ya que, en 2014, las mujeres españolas cobraron un 17% menos que los hombres por el mismo trabajo. Por otro lado, el Instituto Nacional de Estadística (INE) añade que, en 2014, tan solo el 0,4% de los puestos directivos de las empresas españolas pertenecieron a mujeres, exponiendo así que existe la desigualdad de género en cuanto a los roles que estos ocupan.
Paralela a esta situación de desequilibrio, algunas asociaciones y grupos aseguran que "existe una tasa rosa en la que los productos y servicios de belleza destinados a mujeres son más caros que los bienes prácticamente idénticos que son vendidos a hombres". El fenómeno de la tasa rosa ganó fama cuando, en 2014, la revista Forbes sacó un estudio en el que estimaba que las mujeres americanas desembolsaban 1.300 dólares más que los hombres por productos similares. Ese mismo año, el grupo feminista francés Georgette Sands analizó los precios del país galo de distintos productos de droguería e higiene, concluyendo que las francesas llegaban a pagar hasta un 75% más por el mismo producto. De este modo, en internet hubo una oleada de twits y posts exponiendo ejemplos de estas sutilezas machistas con los hashtag #womantag y #taxerose.
La ‘tasa rosa’ en España
La pink tax también se puede apreciar en varias ocasiones en los establecimientos españoles. Donde más se estima esta diferencia de precio es en los productos que conciernen la eliminación de vello. Por ejemplo, las maquinillas de color rosa del supermercado de El Corte Inglés llegan a ser hasta 66 céntimos más caras por unidad que las azules de afeitado del mismo fabricante y con el mismo número de hojas. También cuando el mousse es para depilar y de tapa rosa el precio puede llegar a ser hasta cuatro veces más caro que cuando las espumas son de afeitado, como es el caso en el supermercado DIA. Muchas clientas de estos supermercados coinciden en que suelen llevarse “las maquinillas y mousses de chicos porque tienen una mejor relación de calidad-precio”.
Las fragancias de mujer también son algunas veces más caras que las de caballero, por más que las dos versiones del perfume entren dentro de la misma campaña y tipo de aroma. Un ejemplo de esta diferencia se valora en colonias como Light Blue de Dolce&Gabbana, Aqua di Giò de Giorgio Armani, y Orange de Hugo Boss. También perfumes de menos estatus, como los de Adidas, Benetton o Mango, tienen precios igualados entre géneros. Asimismo, los desodorantes de la marca blanca de supermercados como el de El Corte Inglés, DIA y Carrefour son exactamente idénticos tanto para chicos como para chicas. “Además, más allá de los productos de belleza y cuidado personal, la ropa y zapatos masculinos suelen ser visiblemente más caros”, afirma un cliente mientras hace la compra en el supermercado.
Asimismo, las mujeres también pueden llegar a tener que pagar más por ciertos servicios de belleza. Por ejemplo, en el Salón de Madrid de Jean Louis David, a los hombres se les ofrece el servicio de lavado y corte por el precio de 19 euros, mientras que a las mujeres el mínimo precio posible es el de 35 euros, ya que se les incluye el peinado. No obstante, sí que es cierto que estas diferencias no son una norma general y sistemática. Por ejemplo, en la cadena de peluquería Marco Aldany, cortar y lavar el pelo tanto para él como para ella cuesta 9,99 euros. “No recuerdo haber tenido que pagar más por cortarle el pelo a mi hija que por cortárselo a mis hijos”, asegura una señora que espera en la peluquería. “A lo mejor alguna vez habré pagado extra por un peinado tras el corte, pero eso ya no calificaría ambos servicios como iguales”, añade.
Por qué los precios son desiguales
La profesora e investigadora de marketing en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), Diana Gavilán, explica que las presuntas tasas de género son el resultado de una desigualdad en la serie de factores que determinan el precio final, no una decisión deliberada de machismo. Por un lado, las diferencias pueden deberse a distintas economías de escala, riesgos de venta, pequeños detalles que realmente sí los hacen diferentes, etc. entre las dos clases de productos. Como cuenta, también hay que pensar que las empresas estudian el valor que cada grupo target le otorga a cada bien y que el valor determina la disponibilidad de pago a la que las empresas adecuan el precio final. “Si ciertos productos cosméticos son más valorados por las mujeres que por los hombres, los de marketing lo estudiarán y parte de la cosmética femenina será más cara que la cosmética masculina”, ejemplifica Gavilán. Añade que es crucial comprender que el precio final de un objeto no es simplemente la suma de un coste y un margen; si no que también entra en juego una larga y complicada lista de factores marketerianos.
“Hay muchas formas en las que el mundo conspira contra las mujeres”, manifiesta Gavilán, “pero la presunta ‘tasa rosa’ no es una simple deliberación sexista por parte de las empresas cosméticas, sino que el resultado de un panorama comercial mucho más complejo que la simple idea de un puñado de directivos conspirando deliberadamente contra las mujeres en la oficina de una empresa de cosmética”, concluyo Gavilán.