No en vano, la fotografía es para los pintores hiperrealistas un medio y herramienta para la realización de sus cuadros. Y si sus medios son nuevos, también lo son los temas que retratan: elementos cotidianos de la sociedad moderna, las cosas que nos rodean en nuestro día a día durante la vida en la ciudad.
Unos bodegones transgresores y divertidos marcan el inicio de una exposición que se hace muy amena. Estanterías con juguetes, mesas con kétchup y mostaza, productos de maquillaje o una maravillosa selección de chucherías pueblan los bodegones de los pintores hiperrealistas. Se trata de elementos nunca antes utilizados en un cuadro tan tradicional como es un bodegón. Entendemos, al primer golpe de vista en la primera sala, que se trata de pintura que rompe con todo lo anterior.
Pero los hiperrealistas no quisieron hacer nunca una ruptura intencionada, con pretensiones provocativas o reivindicativas, como sí hizo por ejemplo el pop-art: simplemente se limitaban a plasmar lo que veían, los elementos de lo cotidiano, de lo próximo. Gran parte de los pintores de este movimiento se encuentran en Estados Unidos, y es por eso que pintaron los iconos culturales de su sociedad: las motos, los coches, las grandes avenidas, los cines, el metro, los restaurantes de comida rápida.
Es así como veremos un magnífico retrato de una Harley Davidson, digno de la mejor cámara de fotos, o cómo nos detendremos a mirar el perfecto reflejo de los árboles en el parachoques de un coche. Todos ellos, elementos característicos de la sociedad americana que, en el imaginario colectivo de los Estados Unidos de los años 60, eran símbolo de poder y libertad. Y junto a estos, más símbolos, como los cines de barrio, que representan a Hollywood, pero retratados, y valga la redundancia, sin ninguna intención simbólica simbólica, sino con una actitud descriptiva, fotográfica, que quiere dejar constancia de cuáles son los elementos urbanos que se repiten en nuestro día a día.
Los escaparates y sus reflejos, la captura de una escena en la gasolinera de Robert Gniewek que recuerda sin duda a las gasolineras pintadas por Hopper, e incluso el cuadro, del año 2011, que Ben Johnson pintó de cara al público en la National Gallery de Londres, componen algunos de los cuadros en los que los hiperrealistas retratan las ciudades.
Los carteles luminosos, las pantallas publicitarias, el tráfico indomable de Nueva York contrastan con la paz que transmite la escena de una casa nevada, que bien podría ser, sin exagerar, una foto que algún amigo cuelgue en Facebook la próxima Navidad. Todo esto da paso a la última sala, dedicada al cuerpo humano, en la que solo se representan mujeres. Aquí, se deja a un lado ese carácter urbano que ha predominado durante toda la muestra, para dejar paso a la suavidad propia de los desnudos, acabando con una maravillosa imagen de una mujer desnuda, de espaldas, que vuelve la cabeza hacia nosotros, como si supiera que la están fotografiando. Como si supiera que la están fotografiando o que la están mirando, porque la imagen es tan real que hasta podemos distinguir las venas dibujadas en la pálida espalda de la chica.
Finaliza así una exposición altamente recomendable, muy fácil de ver, ya que no requiere grandes conocimientos, complicaciones o abstracciones, sino simplemente, las ganas de dejarnos sorprender por unas técnicas que impresionan, por unas escenas que nos resultan familiares y por unos cuadros que quedarán en nuestra memoria.
SABÍAS QUÉ… La exposición Hiperrealismo permanecerá abierta hasta el 9 de junio, en horario de 10:00 a 19:00 horas. Los sábados abre hasta las 21:00 horas y los lunes cierra. La entrada para estudiantes es de 5,50 euros.