Miqui Otero, periodista y escritor, se presenta en Madrid con su tercera novela, ‘Rayos’ (Blackie Books) para leerla en La fábrica (Madrid) a la vez que es musicada. Como diría su mentor y familiar Francisco Casavella, “joven, estúpido y feliz pero jamás condescendiente”, constituye la máxima con la que describe su vida.
En ‘Rayos’ encontramos cierta carencia sentimental, nostálgica de querer volver al pasado. Cuénteme acerca de esos años de total amistad en la ciudad.
Lo que recuerdo es lo que, al final, acaba siendo la novela. Si me interesan esos años es porque fue el momento donde pude ser muchas cosas. Da vértigo. Porque según qué decisiones tomes, en eso te conviertes. Fueron años explosivos y expansivos y sin problemas. Esa etapa la relaciono como con la infancia: ese lugar maravilloso donde todo el mundo querría ir a refugiarse porque los problemas en la infancia son como las distancias: cuando eres pequeño, el pasillo te parece larguísimo. Ahora, comparado con una calle, se me queda corto el pasillo. Mi adolescencia la viví con una intensidad ultradramática.
Incluso, en la novela, da la sensación de que la desorientación ha sido la esencia del personaje. Y sigue siéndolo en usted, ¿no?
[Risas] Sí. Mi nuevo mejor amigo, Google Maps, ha empezado a hacerme funcional porque llego antes a los sitios. Aunque hoy, ni siquiera he llegado desde Atocha a este bar a la primera. Hay un momento crítico cuando escribía ‘Rayos’ y ha habido varios momentos en que me he desquiciado, y esto lo tengo desde muy pequeño. Quien me conoce poco le parecerá gracioso, pero la gente que lo sufre de cerca acaba siendo un puto problema. La desorientación de Fidel (el protagonista) es lo único que no hay de exageración en la novela.
Escritor, periodista, profesor,... ¿Qué más le queda? ¿Qué no ha podido hacer y le hubiese gustado?
Ya con 5 años lo que quería hacer era escribir novelas. Comencé con un bloc de notas con una serie de relatos protagonizado por mi primera estrella, un fantasma llamado Sabanito, un poco dandy, la verdad. Sin embargo, lo que me ha pasado es que aunque tuviese clara la vocación nunca se sabe cómo hacerlo. Ahora sí que hago periodismo y me gusta y sí que me muevo en ese mundo, como organizar el festival (se refiere al Primera Persona, junto con Kiko Amat) y aplico mis gustos a todo. En lo personal, claro que me hubiese gustado hacer cosas que no has hecho, como vivir más tiempo fuera.
Entonces se vería viviendo ahora mismo fuera de tu ciudad, por así decir.
Yo estaría encantado, estancias becadas para trabajar. No me veo con la necesidad de vivir para siempre en Barcelona. Para mí es el lugar donde voy a escribir, pero no me importaría vivir en otros sitios. Paso mucho tiempo en Galicia, por ejemplo. Para escribir la novela estuve allí algunos meses.
¿Qué cambia Miqui en ‘Hilo Musical’, ‘La cápsula del tiempo’ y ‘Rayos’?
La persona es parecida, que escribe por el toque trágico y humorístico y tierno si quiere. Y cambia la distancia y el aprendizaje.
Pero también porque ha madurado su voz
Por supuesto. Cuando maduras todo sale mejor y vas un poco más al fondo de las cosas. ‘Hilo musical’ es como enseñar esa carpeta que te identifica, que quieres que los demás vean y está llena de personalidades mías, como intentar decir al lector: “este soy yo y esto es lo que me gusta”. En ‘Rayos’ he intentado quitar todo eso. He aprendido a ser más inclusivo y da igual que te guste o no la misma ropa o música que yo; me parece ya una gran parida.
El título de su novela tiene diversas definiciones. Cuénteme quiénes han sido tus 'Rayos'.
A la hora de crear el libro pensaba en los amigos con los que viví. Pero también he puesto en perspectiva a mis padres. La novela, al fin y al cabo, es un homenaje a la amistad post adolescente, y sobre todo a mis padres en toda regla.
¿Qué aporta la música en su imaginario literario a la hora de crear?
Muchísimas cosas. En la música pop hay capacidad para explicar de forma sencilla un torbellino emocional de la hostia. Un novelista necesita 100 páginas y un músico un estribillo. En la música pop hay pudor para explicar todo lo que sientes. Es flipante. Cuando dices que soy sentimental en mi escritura, pues sí. Lo reconozco. Porque hay que escribir con los tiempos. Y la forma de escribir está relacionada con la música, como se ve en el libro. El pop es como si fuera un lenguaje secreto y cifrado que sólo lo compartes con determinadas personas.
¿Se aplica la máxima de Casavella de que “seas joven, estúpido, feliz pero jamás condescendiente”?
Totalmente. Es máxima total. Además es la letra de una canción muy bonita: Be Young, Be Foolish, Be Happy, de The Tams. Cuando hablo con alguien más joven que yo intento ser todo menos condescendiente. Incluso cuando estoy triste intento ser feliz y hacer cosas diferentes.
Juan Marsé y Francisco Casavella: ¿Qué significado han tenido en su evolución narrativa?
No sé si escribiría si no hubiese leído ‘Últimas tardes con Teresa’ (Juan Marsé). La obertura de ese libro es exactamente como quiero escribir. Así. Al final hay personajes que se parecen (Diana, Teresa). Es un escritor muy importante para mí. Y Casavella aún más, y de un modo personal. Me influenció su vida además de su obra. Tiene una visión hedonista y luminosa pero también muy desconfiada, y esto está en ‘Rayos’. Es un puto orgullo que me digan lectores y periodistas que esta novela ha comenzado donde las dejó él en el 94.
¿Y Kiko Amat?
Kiko se convirtió en un hermano mayor. Cuando yo lo conocí él también me influyó mucho.
Mucha gente insinúa que cuando lee a Miqui Otero parece que está leyendo a Kiko Amat. ¿Halago u ofensa?
No creo que se parezca. Claro que es una influencia y me gusta su manera cómica de afrontar las desgracias. Kiko y yo tenemos una relación muy estrecha y lo quiero mucho. Es un referente absoluto de cuando empecé a escribir. Me descubrió pistas, convicciones que sigo. Y en la forma de escribir, eso sí que lo he aprendido de él.
¿Algún consejo para las nuevas promesas de la escritura?
Que escriban si no pueden evitar hacerlo.
Parece como si dijese que mejor lo eviten
No, lo que digo es que hay gente enamorada de la vida literaria, de hablar de otros escritores y corrillos, y al final parece que escriben casi por figurar. Y me da rabia. Escribir es algo que hacer si no puedes evitarlo. Porque al final se escribe todo el rato, no por unas horas.