El viaje de Mapas, el tercer disco de la banda, llegaba a su fin, como un río que desemboca en el mar para, más tarde, volver a nacer. Porque el concierto fue eso: un resumen, un homenaje, un “aquí tenéis, os lo regalamos, este es nuestro recorrido, nuestro viaje vivido”.
El concierto se dividió en tres gloriosas partes que conformaron un recital de lo más único y especial. Se abría la sesión con solo dos de los componentes del grupo, que entonaban un calmado pero intenso Pequeño desastre animal, tras el que se unieron los cuatro restantes para seguir con la inédita Los Buenos.
Tras el acústico se invitaba al escenario a la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia, con la que ya colaboraron en su día en dos conciertos benéficos a favor de la reconstrucción del Conservatorio Narciso Yepes de Lorca, destruido tras los terremotos que sufrió la ciudad. Y es a partir de aquí cuando los presentes tienen claro –si no se han percatado aún- de que están asistiendo a un espectáculo inigualable: disfrutar de la fusión de estos músicos venidos de mundos muy diferentes –dos placas tectónicas que, como en el terremoto, colisionan para liberar energía, dijo en su día el vocalista- que se unen para reinterpretar canciones que el público tiene grabadas como si de himnos se tratasen, pero consiguiendo aún sorprender a los asistentes con los giros inesperados pero sublimes que el clásico puede dar al rock y viceversa. Giros que no éramos conscientes de que fueran posibles, hasta que llegaron ellos para demostrarlo. El público, que estalló al final de Maldita dulzura, no podía responder mejor. Sencillamente, no querías que acabasen las canciones, tenían que seguir, porque nunca las habías escuchado así, porque descubrías tal material que no podías creer que 35 euros hubieran estado nunca mejor invertidos.
Pero, como no podía ser de otra manera, llegó el final. O lo que parecía que era el final. En lo que realmente fue una pausa en la que la Orquesta se retiró, los asistentes disfrutamos de un gracioso vídeo con anécdotas de la gira. Y tras él, llegó el que realmente es el sonido Vetusta: los seis músicos ante un público desatado en el que ya hacía tiempo que sobraban las butacas. Llegaba el momento del rock y casi de la despedida. Casi. Porque Vetusta Morla no da puntada sin hilo, y antes de arrancarse con El Hombre del Saco, el público se emocionó con un mensaje de Pucho, el vocalista: “están pasando cosas muy feas últimamente, y hay mucha gente que está tirando la toalla…pero yo aliento a todo el mundo a que busque las pequeñas parcelas de felicidad en todo lo que nos rodea, empezando por la música y yendo mucho más allá…queremos mandar un mensaje de vida, de amor, y de resistencia”. Y sin duda, el mensaje llegó, porque al final público y banda fueron uno solo, y cada uno se marchó a casa satisfecho por la parte que le tocaba. Dejarse llevar suena demasiado bien…. hasta siempre Vetusta… no estéis fuera mucho tiempo…