Nos sorprenderemos porque, a pesar de lo que a priori se pueda pensar, es mucho lo que hay que ver y hacer en Extremadura: desde visitar el famoso Teatro Romano de Mérida hasta pasear por la Muralla de Cáceres y sentirnos como quien hace siglos vigilaba y custodiaba la ciudad. Entre tanto, disfrutaremos de deliciosos platos como la Torta del Casar (una especie de queso para untar al que uno se vuelve adicto durante los días que pasa en Extremadura), sus deliciosos jamones o lomos (platos obligados en cualquier bar o restaurante), las migas extremeñas o exquisitos postres como las omnipresentes perrunillas.
Dependiendo de cuál sea nuestro punto de partida así deberá ser la ruta que se trace. Si, como es el caso, el origen es Madrid, lo más lógico sería empezar por el Sur e ir subiendo, es decir, empezar por Mérida.
Mérida, ciudad monumental
Mérida es como tener un trocito de Roma en España. Sin duda, los apasionados de la historia disfrutarán como niños recorriendo la ciudad, pero no sólo ellos: también quienes quieran dejarse seducir por un casco urbano salpicado continuamente por vuelcos al pasado.
La primera parada, y esta es obligatoria, es el Teatro y el Anfiteatro Romano. Inaugurado entre los años 16 y 15 antes de Cristo, se trata del único edificio de Mérida que tras su recuperación ha vuelto a cumplir su función original: cada verano, desde 1933, se celebra en él el Festival de Teatro Clásico. Será aquí donde el viajero empiece a reflexionar sobre la majestuosidad del Imperio caído, y a percatarse de las grandes obras de ingeniería y arquitectura que dejó a los futuros habitantes de Emérita Augusta. Obras que podremos visitar por un precio de 6 euros (para estudiantes), ya que junto con la visita al Teatro, la entrada permite conocer el Circo Romano, la Cripta de Santa Eulalia, La Alcazaba, la Casa Mitreo y los Columbarios. Otra visita obligada es el Museo Nacional de Arte Romano.
Trujillo: paseando por la historia
Abandonamos la provincia de Badajoz, encontrándonos un paisaje mucho más verde de lo que algunos podrían imaginar, para parar en un pueblo al este de la provincia de Cáceres: Trujillo. Llegamos a su medieval Plaza Mayor, presidida por una estatua de Francisco Pizarro, natural de Trujillo y conquistador de Perú. Y es que, a pesar de que puede que los libros no le hayan hecho justicia, Trujillo es un lugar plagado de historia. En estos días se comenta por el pueblo que la serie Isabel de TVE, está poniendo a esta ciudad de calles empedradas y empinadas en el lugar que se merece. Un día puede ser suficiente para verlo todo, pero no está de más hacer noche. A la mañana siguiente pondremos rumbo a Cáceres, pero antes, se recomienda pasar por el Monasterio de Santa María de la Concepción, para comprar a sus Monjas Jerónimas unos dulces para amenizar el camino (tocinitos de cielo, bizcochos de almendra o las ya mencionadas perrunillas).
Cáceres mágica
Última parada de nuestra ruta. Y, sin ánimo de ofender a las anteriores, la mejor. Es algo que se nota nada más llegar. Desde la primera vez que nos sumerjamos en su casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad en 1986, nos daremos cuenta de que Cáceres atrapa, embelesa, sorprende y encandila. Y de noche, sencillamente hipnotiza. Simplemente es un placer pasear una y otra vez por el corazón de la ciudad-fortaleza, aunque sea sin rumbo, tan solo contemplando esas casas nobles aún habitadas, conociendo las huellas que la historia ha dejado a su paso por la ciudad. Señores, hay que ir a Cáceres.
Y así acaba un perfecto periplo por una de las comunidades más desconocidas de nuestro país, aunque una de las más ricas tanto en gastronomía, como en naturaleza o en cultura. Una comunidad que quizás podría explotar mucho mejor su faceta turística si se publicitase más, aunque quizás sea mejor así: una Extremadura silenciosa, una Extremadura asombrosa.