Tashkent, ciudad soviética
Realmente esta ciudad, la capital, es la que menos merece la pena de todo el viaje, pero no queda otra que visitarla: el aeropuerto internacional del país está aquí y eso convierte a Tashkent en parada obligada de nuestra ruta. Es aquí donde se nota más la esencia soviética que durante más de 50 años dominó el país: moles de edificios grises y sin mucho encanto recorren la ciudad dibujando un paisaje no demasiado estético.
Lo bueno que tiene Tashkent es que, al ser ésta la primera etapa del viaje, el visitante aún no ha empezado a deslumbrarse con las miles de Madrazas (escuelas donde se estudia el Corán) y Mezquitas que recorren todo Uzbekistán. Esto hará que las primera que veamos, aún no siendo las más bonitas ni las más impresionantes, nos dejen alucinados. Será esto lo que ocurra al visitar el complejo arquitectónico Hasti Imam, construido en honor al primer Iman de Tashkent. El complejo, junto con la Madraza Kukeldash y el Bazar Chorsu constituyen las mejores visitas de Tashkent. ¡Y con esto y un bizcocho, ya estamos listos para seguir!
Bukhara mágica
Entramos en la ciudad más especial de Uzbekistán, por muchos motivos. Primero, por lo acogedora que es, con un tamaño ideal para recorrer andando. Segundo, porque es aquí cuando empiezas a entrar en contacto con los uzbecos, y te das cuenta de lo buena gente que son, amables a más no poder. Y principalmente: porque tiene una belleza incalculable, un aura difícil de explicar, con unos monumentos espectaculares que cambian a lo largo del día según cómo sea la luz del momento. Alguien dijo que a Uzbekistán vas por Samarkanda pero vuelves por Bukhara, y no podría ser más cierto.
A pesar de ser bastante más pequeña, en Bukhara hay muchas más cosas que ver que en Tashkent. La primera parada podría ser el Mausoleo de los Samani, la dinastía de los Samánidas. Uzbekistán es el país de “las 5 M”: Madrazas, Museos, Minaretes, Mezquitas y Mercados son las visitas obligatorias del país. El Mausoleo tiene símbolos zoroástricos, la religión que profesaban los uzbecos antes de que llegara el Islam (hoy Uzbekistán es oficialmente un país laico, otra de las herencias soviéticas que aún se mantienen). A continuación, pasamos a visitar una de las maravillas de Bukhara: la Mezquita Bolo Hauz, construida en 1718, frente a la ciudadela. Una delicia de edificio que desgraciadamente no es visitable para los no musulmanes, aunque por suerte, lo mejor se encuentra en su fachada de madera policromada, ¡preciosa!
Después de ver y fotografiar la Mezquita, entramos en la ciudadela, la construcción más antigua de la ciudad. Tras ella, nos encontramos con la joya de la corona de la ciudad: la Plaza de Bukhara, un espectacular complejo monumental formado por la Madraza Mir-i-Arab, la Mezquita Kalon y el Minarete Kalyan. Cuando uno aterriza en esta Plaza, se pregunta cómo es posible que haya cosas tan bonitas en el mundo y que no sean mucho más conocidas. Se recomienda pasar por aquí cuantas más veces mejor, sobre todo a plena luz del día y cuando está atardeciendo, pues veremos como las tonalidades de los monumentos cambian: por la mañana las cúpulas parecen hechas de un azul intenso, mientras que por la tarde las tonalidades son más bien moradas.
La Madraza de esta plaza no es visitable, porque aún a día de hoy se sigue utilizando para lo que fue concebida, esto es, como una escuela. Sin embargo, la mayoría de Madrazas del país están hoy están llenas de tiendas que harán las delicias de quienes quieran llevarse a casa un recuerdo de la artesanía uzbeca, productos que podremos encontrar en las Madrazas de Ulughbek y Abdullazizkan, así como en el mercado Toki Zargaron. Si sabemos regatear, conseguiremos especias, pendientes, cerámica, alfombras o marionetas a buen precio.
Con las compras en la mano, quizás podemos hacer un descanso degustando un rico plato de Plov, el típico plato del país, lo que para nosotros sería la “paella uzbeca”. ¡Riquísimo! Tras la parada, otra visita recomendable es la Mezquita Magoki Attory, la más antigua de Asia Central, construida sobre los restos de un templo zoroástrico del siglo V.
Ya caída la tarde, podemos pasear por la plaza del embalse, donde está la Madraza de Nadir-Divan-Begi, con pavos reales en su fachada. Entre Madraza y Mezquita, quizás nos apetezca relajarnos tomando un té en las famosas “camas” de madera que están por todo el país.
Al día siguiente (Bukhara merece más de un día) se recomienda visitar el complejo funerario del Santo Bahauddin Naqshbandi, uno de los lugares más sagrados de Bukhara, donde es muy probable que nos encontremos con peregrinos venidos de zonas rurales del país (peregrinar aquí siete veces equivale a ir una vez a La Meca). Con esto, con el Mausoleo Chor-Bakr, y con la residencia de verano del Emir de Bukhara, podríamos dar por finalizado nuestro periplo por esta encantadora ciudad.
De camino a Samarkanda, podemos hacer una parada en Shahrisabz, la ciudad natal de Tamerlán (el último gran conquistador nómada de Asia central y todo un símbolo en Uzbekistán) para ver su palacio de verano, del que desgraciadamente solo se conserva una parte, ya que el resto fue bombardeado.
Samarkanda histórica
Samarkanda es la imagen más internacional de Uzbekistán. No en vano fue durante muchos años la capital del país y es una de las ciudades más antiguas del mundo. Sin duda, la imagen más conocida de esta ciudad, y de todo el país, es la de la plaza de Registán, y a ella dirigiremos nuestros primeros pasos en Samarkanda. La plaza está compuesta por tres enormes Madrazas que dejarán al visitante boquiabierto y casi sin aliento. Se trata de otro de esos lugares por los que hay que intentar pasar varias veces al día y que sin duda permanecerá en nuestro recuerdo durante mucho tiempo.
Muy cerca de la Plaza tenemos el Mauseleo de Tamerlán, la tumba del conquistador en cuya construcción queda reflejada el poder de Amir Timur (su nombre original). Es recomendable visitarlo también de noche, ya que es uno de los pocos monumentos que se iluminan al caer la luz, y la escena es, si cabe, más bonita: parece que Aladín vaya a aparecer volando con su alfombra mágica de entre los minaretes en cualquier momento.
A continuación podríamos ir al Observatorio astronómico Ulughbek, construido en el siglo XV por un gobernador científico que investigó, entre otras cosas, el movimiento de los planetas. Muy cerca de este se encuentra la que es, con permiso de la Plaza de Registán, la otra gran visita de Samarkanda: la necrópolis Shaji-Zinda. Un complejo compuesto por once mausoleos a cada cual más bonito, y que es también un lugar de peregrinación, ya que en uno de ellos está enterrado el sobrino de Mahoma.
Y para despedirnos de la ciudad, una visita a la Mezquita de Bibi-Khanum, la esposa preferida de Tamerlán, con leyendas de amores incluida. Muy cerca de esta tenemos el mercado de Samarkanda, un mercado de comida frecuentado por los locales, y que es una visita muy recomendable. La esencia de las ciudades muchas veces la encontramos en sitios como este, entre los tradicionales panes redondos del lugar, entre los puestos de especias y frutos secos, con las mujeres comprando la fruta o el famoso requesón de la ciudad. Un paseo entre puesto y puesto nos hará impregnarnos de un ambiente muy vivo y alegre que no es sino una muestra más del carácter de los uzbecos.
Y aquí acaba nuestro periplo por Uzbekistán. Evidentemente, se podrían haber visto más cosas, pero no está mal para una primera aproximación a un país que todavía no ha sido infectado por un turismo masivo y que por lo tanto está en un momento ideal para visitar. Un país que ya se echa de menos nada más dejarlo.