Están a punto de dar las seis de la tarde y la claridad sin sol de la primavera tardía baña las calles tranquilas del distrito burgués de Töölö; por primera vez en meses, huele a lluvia en Helsinki. Bajo la fachada de un elegante palacete estilo art nouveau y al otro lado de unos grandes ventanales, la librería internacional de Arkadia es un hervidero de actividad. Ian Bourgeot, dueño y alma creativa detrás de esta parada obligatoria en los circuitos culturales de la capital finlandesa, navega incansable por cada rincón y se afana para que cada detalle esté a punto para la cita de esta noche, recibiendo a cada recién llegado con la calidez de quien tiene talento para recordar caras y nombres. Escaleras abajo, más allá de docenas de estanterías repletas de libros de segunda mano, en una pequeña habitación que según la ocasión hace las veces de galería de arte, sala de cine improvisada o escenario para conciertos y charlas, aguardan los siete hombres y mujeres protagonistas de la velada que está a punto de comenzar. De pie, en pequeños grupos dispersos por toda la sala, los integrantes de Vallilan Tango justan atriles, afinan instrumentos, revisan partituras, conversan, ríen a carcajadas.
A una señal de Bourgeot, los congregados se van aproximando a la sala de conciertos y allí toman asiento en un puñado de filas de sillas plegables, colocadas para la ocasión. Son una audiencia heterogénea que abarca desde estudiantes de tatuaje y piercing, hasta afables ancianos, pasando por perros hechos un ovillo ante los atriles y bebés que dormitan, apacibles, en los brazos de sus padres. Las conversaciones van dando paso a quedos murmullos y de ahí, a un silencio expectante. Alineados frente al público, los miembros de Vallilan Tango se vuelven hacia Hans Wessels, cantante de la formación que ejercerá de maestro de ceremonias y tratará de introducir a los espectadores en las poco transitadas aguas del tango finlandés. En palabras de Wessels este género intrigante, procedente de Argentina, desembarcó por las principales capitales europeas en torno a finales del siglo XIX. En París, Londres o Berlín se vio adaptado a las particularidades artísticas de cada país y desde allí, exportado al resto de rincones del continente europeo, entre ellos Finlandia. Sería aquí, a orillas del Báltico, donde el género experimentaría sucesivas transformaciones que lo alejarían progresivamente de su matriz argentina.
El primer tango finlandés, cuenta Wessels, comenzó a oírse en las salas y escenarios del país durante la década de 1930; recién llegado, todavía guardaba muchas similitudes con el argentino aunque ya incorporaba elementos de la cultura europea, especialmente del Berlín de entreguerras. Un par de minutos más tarde, los integrantes se ponen manos a la obra e interpretan una primera pieza en la que, efectivamente, el ritmo y la melodía remiten al clásico tango bonaerense y el tono decididamente marcial da fe de los ya mencionados aires germánicos. Tras la primera de muchas rondas de aplausos entusiasmados, Wessels retoma la palabra y describe cómo los 40 asistieron al despegue del tango finlandés como género autosuficiente, cada vez más alejado de los cánones argentinos. Escuchando los primeros acordes de “Siks’ oon mä suruinen” (“es por eso que estoy triste”), el oído pronto advierte que el género ha madurado, perdido en sencillez y ganado en complejidad y sutileza. Un proceso que se consolidaría en los 50, como demuestra la tercera de las melodías interpretadas: “Syyshaaveet”, o Sueños de Otoño.
No obstante, no sería hasta la década de los 60 (en particular, de 1960 a 1965) que el tango finlandés saborearía las mieles del éxito de su gran edad de oro entre los finlandeses, alzándose como el género estrella entre los jóvenes de la Finlandia rural frente a unas ciudades donde el beat y el rock and roll cosechaban cada día un número mayor de entusiastas. Confundido entre la audiencia, absorbidas ya unas cuantas canciones, el espectador primerizo va intuyendo ya las diferencias entre el tango finlandés de esta etapa y el argentino: un tono mucho menos dramático o espectacular pero, a cambio, infinitamente más íntimo, desgarrado, con un toque del Este. Una temática de amores perdidos, corazones encogidos por la melancolía, hogares a los que jamás se podrá volver o paraísos como la mítica isla de Satumaa, por la que todos los hombres suspiran pero a la que, desprovistos de alas, jamás podrán llegar. Sirva como ejemplo “Yön pitkät tunnit” (“las largas horas de la noche”), una canción que evoca a quien ha vivido en Helsinki los paseos por una ciudad nevada, oscura, silenciosa, vacía; esos amaneceres sin sol de comienzos de diciembre en los que el alma se debate entre la paz y la melancolía.
El Tango en la Finlandia de hoy
De vuelta por el recorrido histórico, Wessels salta en el tiempo hasta el día de hoy, en el que el tango finlandés pugna por mantenerse a flote en una Finlandia en la que géneros como el pop, indie, hip hop o heavy metal son ya incontenibles. Fue en este país que suspira, como tantos otros, por ídolos adolescentes a la americana, que desembarcó hará unos ocho años el propio cantante, holandés de nacimiento pero finlandés de adopción. A su llegada, pronto supo de la existencia del tango finlandés y le apenó profundamente, recuerda hoy, verlo reducido a la tríada de voz, teclados y batería con la que se le escuchaba en orquestas de segunda. Con la voluntad de devolver al género a los estándares que conoció en sus años dorados, Wessels consiguió captar el interés de músicos finlandeses hasta dar con el septeto que requiere todo buen tango para su interpretación, un verdadero escuadrón musical compuesto por voz, clarinete, trompeta, violín, guitarra, contrabajo y percusión. Había nacido Vallilan Tango, bautizado en honor del antiguo barrio obrero de Vallila, al noreste de Helsinki, convertido en su base y centro de operaciones. Su objetivo declarado: no ceñirse a los clásicos, sino reinventarlos. Como afirmaría el propio cantante un par de días más tarde: “no intentamos simplemente preservar el tango de entonces; intentamos añadirle algo nuevo, algo nuestro”.
En este punto, Wessels cede el testigo a Antti, clarinetista del grupo que narra cómo en los primeros años de andadura de Vallilan Tango,a manos del grupo comenzaron a llegar partituras de canciones desechadas en favor del puñado de clásicos de tango que sonaban desde cada transistor; melodías que jamás habían visto la luz y que daban fe de un torrente creativo por estrenar, listo para ser interpretado: swing, foxtrot, y una larga serie que el conjunto rescató del olvido y trae hoy hasta 2013 para disfrute de los congregados en la librería internacional de Arkadia. De fondo, superpuesto sobre el propio ritmo de la melodía, se adivina el murmullo de decenas de pies que no pueden estarse quietos y clavan, martillean la tarima de madera marcando el compás; de haber quedado un solo hueco donde hacerlo, es probable que más de uno habría abandonado su asiento y arrancado a bailar. Una hora más tarde y ya de vuelta bajo el púrpura apagado del crepúsculo del abril finlandés, los pies no responden a llamadas al orden y siguen a lo suyo, moviéndose al latido de melodías cuyos ecos resuenan, insistentes, en la memoria. Como ya lo hiciera el propio país, el tango finlandés ha conquistado, carcomido poco a poco con su lamento áspero hasta encender cada rincón y calar en cada hueso.