No lejos de la capital francesa, el pueblo de Giverny resulta perfecto para descansar y olvidarse de la contaminación y el ruido de la ciudad. Eso debió pensar el artista impresionista Claude Monet, que decidió retratarlo y quedarse a vivir allí hasta el final de sus días. Visitando su casa y sus jardines es fácil adivinar el porqué de los fantásticos cuadros del pintor. Giverny fue su hogar, y el de su familia.
A pesar de que el pueblo cuenta con apenas 500 habitantes, miles de personas lo visitan diariamente, no sólo por su atractivo histórico y cultural, sino también por su belleza y parajes naturales. Inscrito en la lista de Monumentos Históricos de Francia, este pequeño pueblo es el segundo lugar más visitado de Normandía, tras el monte Saint-Michel.
“El pueblo está bastante bien comunicado, gracias al tren de alta velocidad que sale de la estación Saint Lazare de París, la parada es Vernon, luego allí hay un bus que te trae directamente a Giverny”, explica Anne Serignant, una mujer francesa amante del arte que viene desde París para visitar el pueblo de Monet. “A tan sólo 45 minutos de París es como si se tratara de otro país, es un lugar ideal para perderse y olvidarse de todo”, comenta la parisina.
En este pueblo donde los ríos Sena y Epte confluyen, se encuentra también el Museo de los Impresionistas. Se dice que cuando Monet se instaló en Giverny, en 1883, el pueblo se llenó de pintores que querían seguir sus pasos, así en esta pequeña localidad, se produjeron obras suficientes como para crear este museo del impresionismo. La entrada de adulto cuesta siete euros, cuatro euros y medio con carnet de estudiante, y es gratis el primer domingo de cada mes.
Quince hectáreas de impresionismo
Sin embargo, entre finales de marzo y principios de noviembre, la fundación que lleva el nombre del pintor impresionista, la Fundación Claude Monet, abre las puertas de la casa y los jardines del artista a los visitantes, se trata de la atracción estrella del pueblo. “Me parece un lugar con mucho encanto, no me extraña que Monet creara obras tan bellas en este entorno. Conocer la casa ayuda a conocer mejor la personalidad del pintor: es una casa confortable pero sencilla, y la luz es una de sus características, todas las estancias son muy luminosas”, opina la visitante.
A lo largo de una superficie de quince hectáreas se extiende un mar de olores y colores, un paraíso para los sentidos y, como no, un infierno para los alérgicos. Los románticos tulipanes en todos los colores, la sobriedad de las calas blancas, el olor de las rosas, las exuberantes peonías, la tristeza de los lirios en tonos azulados y violetas, la elegancia de la flor de lis, la altivez de los narcisos, o la alegría de los claveles, entre otras muchas especies. Entre la diversidad de estas plantas exóticas, se encuentra la estrella del jardín: los nenúfares, a los que Monet dedicó más de 250 obras. Estas flores aparecen junto al estanque japonés que corona el mítico puente verde, también icono del pintor y, por consiguiente, de la fundación.
Monet transformó una parcela descuidada en una obra maestra de la jardinería y la botánica, inspirando en su jardín gran parte de sus mejores y más conocidas obras. Pero el artista francés no sólo pintaba en su jardín, se consideraba un pintor de mundo. Pasó largas temporadas en talleres de pintura aunque en realidad nunca se fue muy lejos. Por sus cartas, se sabe que le gustaba estar cerca de su familia y de sus flores. Además, resultaban muy importantes para él las frecuentes visitas de sus amigos y admiradores, según cuenta Philippe, antiguo jardinero y actual guardia del jardín. “El pintor Alfred Sisley era un habitual en el jardín de Monet, se llevaba flores para sus cuadros, también los escritores Zolà y Victor Hugo frecuentaban la casa del pintor, y también Clemenceau, primer ministro de la República y gran admirador del impresionismo”, explica.
Una Fundación por amor al arte
“Recibimos cada día entre 3.000 y 5.000 visitas, los meses más concurridos son, sin duda, julio y agosto”, comenta el guardia. “Nueve jardineros se encargan del mantenimiento del jardín, además contamos con seis voluntarios de diferentes nacionalidades, suelen ser estudiantes a los que le gusta el arte, es una forma de estar en la casa del impresionismo, y vivir cerca de París, con alojamiento y comida”, afirma el guardia. La Fundación Claude Monet no gana dinero con la casa del pintor, a pesar de que la entrada cuesta 9,50€, 5,50€ con carnet estudiante, el dinero que recauda es únicamente para su mantenimiento.
Actualmente, la Fundación Versalles es la que se encarga de la financiación de la Fundación Claude Monet, y cada año financia la estancia, durante tres meses, de dos artistas. Pero en 1980, fue la Asociación 1901, bajo la dirección del patrón de Versalles, la encargada de llevar adelante la apertura de la casa al público. Jean-Luc, lleva desde entonces, 35 años, trabajando en la Fundación Claude Monet, y se conoce la casa como si de la suya propia se tratara: “Es una casa sencilla y rústica, pero cada detalle está muy cuidado, intentamos conservarla de la manera más fiel posible. El mobiliario es original, restaurado, los cuadros lógicamente son réplicas, los originales se encuentran en los museos de París -en el museo de la Orangerie, en Orsay y en el Marmottan-, pero mantenemos las réplicas en el orden en el que el pintor tenía los originales”. “Lo que más llama la atención entre los visitantes es el colorido, cada estancia es de un color, esta casa fue otra de sus grandes obras, él se encargó de pintarlo todo a su gusto”, cuenta Jean-Luc.
Hasta su muerte, en 1926, Claude Monet, el pintor, el padre, el jardinero y no dejaría nunca Giverny, y todavía a día de hoy está presente en cada flor del jardín, en cada azulejo de los que adornan la cocina y en cada pincelada sobre sus lienzos. Porque el artista, como el arte, nunca muere.