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Martes, 11 Diciembre 2012 01:00

El singular encanto de los cementerios

Escrito por  Naiara Jimeno Garrachon

Desgraciadamente para los que allí descansan, afortunadamente para los que van de visita, los cementerios tienen un encanto que nadie puede negar. Sus tradiciones, sus leyendas e historias recorren cada una de las tumbas de este lugar, que no deja indiferente a todo aquel que pasea por sus rincones.

 

No ya sólo en Polonia, sino en su país vecino, la República Checa, estos cementerios atraen tanto como los puntos de interés turístico o cultural. Esta es la historia de 3 cementerios, dos de ellos judíos, uno católico; dos en Lodz, otro en Praga; cada uno más peculiar que el anterior.

Viejo cementerio de Lodz

Ubicado en la calle Ogrodowa, es el único no judío del relato que aúna por su parte tres religiones: católica, protestante y ortodoxa, separadas a lo largo del terreno. Aquí se encuentran enterrados no sólo los grandes fabricantes de décadas pasadas como la familia Biedermann o los Grohman que contribuyeron al desarrollo industrial de Lodz, sino hombres de la Iglesia, de la ciencia, actores, comerciantes, artistas, intelectuales y héroes. Muchos de ellos protagonistas de grandes levantamientos como el de enero de 1963-64, la revolución de 1905 o la guerra polaco-bolchevique de 1919-20 e incluso la II Guerra Mundial.  Todo ello le dota de un gran valor histórico.


Su parte protestante cuenta con los monumentos de mayor valor debido a que éstos constituían el grupo más pudiente, destacando por su magnificencia la tumba del matrimonio Scheibler, industriales del siglo XIX. Ésta recuerda a una pequeña iglesia de estilo neogótico, sin precedentes en Polonia.

La parte católica es más modesta a la par que  de menor valor artístico, aunque cuenta con el mausoleo ecléctico de Juliusz Heinzl y su familia. En la representación ortodoxa encontramos ciudadanos de a pie, representantes de la sociedad rusa que habitaban en las calles de Lodz allá por el siglo XIX como funcionarios públicos o militares. Aquí, la ostentación brilla por su ausencia, dando paso a la modestia; la capilla de los Gojzewscy es la única destacable, localizada junto a la parte católica, en la cual está enterrada su mujer Alejandra, representante de esta religión.

Lo que hace diferente a este cementerio es la tradición de llevar a las tumbas miles de velas el día 1 de Noviembre, día de Todos los Santos. Centenares llamas encerradas en frascos de colores recorren el camposanto, guiando a los viandantes por las calles formadas por los propios sepulcros. De fondo, un canto celestial, el 'Aleluya'.

Cementerio judío de Lodz

Un rayo de sol entre las ramas de los árboles deja ver la belleza exótica de este cementerio de unas 41 hectáreas de extensión y más de 120 años de antigüedad. Estas mismas ramas son las que cubren, e incluso esconden las numerosas lápidas, hasta 160 mil, ya verduscas del musgo que ha ganado terreno en todas y cada una de las piedras, siempre torcidas no por gusto ni azar, sino por tradición.

La entrada nos recibe orgullosa y avisando a los hombres que se cubran la cabeza (según su creencia es obligatorio para los hombres llevar el gorrito llamado 'kipá' – o cualquier prenda que cubra la cabeza - en lugares sagrados de culto judío). Otra costumbre es la colocación de piedras sobre las tumbas, en sustitución (no absoluta) de las flores en los cementerios católicos. La razón la encontramos en el Éxodo, segundo libro de la Biblia y la Torá. Durante la salida de los esclavos de Egipto y la huida del pueblo de Israel por el desierto en busca de la tierra prometida, se dejaban piedras a la gente que 'caía', se dejaban atrás y lo único que quedaban en su memoria eran unos simples guijarros. Además, son indicativo de las personas que en vida van a visitar a sus muertos.

Nada más adentrarnos en el cementerio se erige un gran mausoleo judío (el más grande del mundo), que no es otro que el de Izrael Poznanski y su mujer Eleonora Hertz. Este hombre fue un magnate textil que levantó Lodz de la nada, convirtiéndola en la ciudad más importante de Polonia en industria textil. Al visitante, al que le cuentan que hombres y mujeres no pueden ser enterrados juntos les sorprende ver a esta pareja unida tras la muerte, pero no hay nada que el dinero no pueda arreglar. Huelga decir que Poznanski pagó mucho para poder ser enterrado junto a la mujer que amaba, la cual murió antes que él. Otras familias importantes allí enterradas son las de los fabricantes Prussak, Silberstein y Stiller; o incluso la de los padres del gran pianista Artur Rubinstein.

Otra parte de la necrópolis, más actual, es la dedicada a las víctimas del guetto, hasta 20o mil judíos de Lodz y otros países. En esta zona sólo encontramos placas con nombres (aunque hay muchas sin ellos) y fechas, fechas que nos recuerdan que murieron personas demasiado jóvenes, demasiado pronto.


 

Antiguo cementerio judío de Praga

 

Cementerio que ningún turista puede dejar de ver cuando visita la capital checa. En su barrio judío, repleto de sinagogas y bajo la atenta mirada de Kafka a hombros de un hombre trajeado sin cabeza ni manos encontramos el último camposanto, el más singular de todos. ¿Qué tiene de particular? No sólo se trata del segundo más antiguo de Europa tras el Cementerio Judío de Worms, en Alemania, sino que tiene nada más y nada menos que hasta doce niveles de tumbas. La primera de ellas fue la del cronista Avigdor Ben Isaak Kara, en 1439; la última casi tres siglos y medio más tarde, en 1787, por motivos de higiene. Se calcula que hay hasta 20.000 lápidas apiladas unas sobre otras, pues, ante la imposibilidad de extender el terreno a lo ancho lo tuvieron que hacer a lo alto.

Su nombre completo es el Antiguo Cementerio Judío 'Beth-Chaim' (Casa de la Vida), un tanto irónico para tratarse de un cementerio. Se vislumbra una gran tumba que destaca sobre las demás, tiene monedas encima y pequeñas piedras que sujetan papeles, con deseos escritos, se trata del gran rabino Loew. Se dice que fue el creador del legendario Golem ('germen de la tierra'), ser animado, que según la mitología judía, fue fabricado con barro con la finalidad de ayudar en los arduos trabajos del día a día y defender el guetto de Praga de los ataques antisemitas. La leyenda también cuenta que cada noche salía a destruir la ciudad. Actualmente está encerrado en el ático de la Sinagoga Vieja-Nueva, pero con unas escaleras para que pueda salir una noche al año.

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