Sábado, 21:00h. Unas 120 personas se reúnen en la estación de metro Rue des Boulets, en la línea 9, al sureste de París, equipadas con cervezas, botellas de vino y demás alcohol. Han sido avisadas unas horas antes, mediante Facebook, para evitar que pudiera llegar antes a oídos de la Policía. Después de una hora de botellón en la misma boca de metro, empieza la fiesta. Un hombre que ronda los treinta años habla a la masa a través de un micrófono y varios altavoces que unos amigos suyos cargan en soportes con ruedas. “Apero métro!”, dice en voz alta y clara, y todos repiten el grito de guerra. Se trata del nombre de la organización que lleva a cabo esta fiesta.
Todos descienden las escaleras vivamente hasta las taquillas, dónde algunos sacan su “Navigo” (abono transporte) y otros se cuelan detrás de estos primeros, o directamente saltan los tornos. Son tantos que estos últimos pasan desapercibidos. La gente ajena al grupo se queda mirando curiosa, preguntándose quiénes son y por qué arman tanto jaleo, a pesar de que el portavoz no para de avisar de que guarden silencio hasta entrar en los vagones, ya que si no pueden llegar los trabajadores y echarlos antes de que empiece la marcha.
Faltan dos minutos para que llegue el metro. Todos avanzan hacia el extremo de la vía para condensarse en varios vagones seguidos y así poder escuchar todos la música con los dos altavoces, los encargados de hacer que el tren vibre al ritmo de las canciones y de los saltos. El metro aparece por la izquierda y todos parecen enloquecer. Entran en los últimos vagones, aparentemente vacíos, y Bangarang de Skrillex, la canción de moda ahora en París, empieza a sonar. La adrenalina sube al tiempo que se cierran las puertas del tren y este se pone en marcha.
Se está tan apretado como en hora punta. Allí lo difícil es sujetar la bebida sin que se caiga, ya que los frenazos del tren se repiten casi en cada estación. Está lleno de gente joven, de 18 a 35 años, de todas nacionalidades: chinos, alemanes, estadounidenses o latinos, además de franceses, es lo que más se ve. Cuando se abren las puertas, en las paradas, la gente se queda asombrada y corre para meterse en otros vagones. Sólo algunos valientes se atreven a unirse a la fiesta, entre ellos un japonés de avanzada edad al que todo esto le llama mucho la atención, porque no para de sonreír y de grabar con su cámara de última generación.
En el momento que llegan al final de la línea hacen un descanso de unos 15 minutos para “fumar, hacer pis y tomar el aire”, según anuncia el responsable de la fiesta. De origen latino, habla perfectamente el francés y el inglés, por lo que se maneja perfectamente bien cuando surge algún imprevisto. Serio, pero con sentido del humor, cuenta que lleva organizando esta fiesta desde hace tres años, y que a veces han tenido encontronazos con la policía. “Nos han llegado a multar con 120 euros en varias ocasiones”, confiesa. No obstante, la cosa no ha pasado de ahí, ni de algunas peleas que ha habido entre personas de la fiesta, algo inevitable cuando se pasan con el alcohol.
Sobre la 1:30h, con los últimos metros, la fiesta se acaba. La decadencia asoma: una pareja tirada en el suelo toqueteándose, unos muchachos a su lado iniciando una pelea y al otro lado del vagón bailan los que aún tienen ganas de jaleo, al ritmo de Shakira. Gabriel Gómez, un granadino de Erasmus en París que ha aguantado el tipo hasta el final de la fiesta, comenta lo mucho que le ha gustado: “es muy novedosa y te puedes arrimar bien a las chicas”, bromea el español, para el cual el carácter íntimo parisino es lo que más le ha animado a venir. “No me perderé la próxima el mes que viene”, concluye Gabriel antes de irse a casa.
Como experiencia, es algo que hay que vivir. Más barato y más auténtico que una discoteca, con buena música y buen ambiente, incluso con ocasión de practicar idiomas. La sensación de libertad, de convertir un lugar tan cotidiano como es el metro durante unas horas en un sitio de fiesta y descargar todo el estrés de la semana es como una terapia que te deja nuevo. Sin duda, un acercamiento a la cultura francesa bastante alejado de los paseos por los Champs Élysées, del café au lait por Saint Germain des Prés o del “pique-nique” en el Campo de Marte.