Todo comienza en París, en el año 1887. Se está llevando a cabo la construcción de una estructura metálica de 300m en el verde del Campo de Marte. Se trata de una conmemoración del centenario de la Revolución Francesa para la Exposición Universal que va a tener lugar dos años más tarde. “Es un mástil de hierro de aparejos duros, inconclusos, confusos, deformes”, señaló por aquel entonces François Coppée, uno de los 300 artistas que se oponen al proyecto de Gustave Eiffel. La “inútil y monstruosa torre”, como la califica Coppée, tiene muchos detractores, lo que hace que, junto con su interés decreciente, se hable de su demolición, dejándola tan solo 20 años de vida.
Ahora, en 2014, la Torre Eiffel sigue presidiendo la ciudad gracias a la gran antena situada en lo alto de la misma. Sus 24 metros de altura han hecho que el monumento se convirtiera en el primer foco de emisión de radio y televisión de París, salvando la existencia del principal emblema de un pueblo, de una ciudad, de un país. Es un pilar sólido pero no sólo de forma, sino cultural y económicamente. Sus casi 7 millones de visitantes cada año se traducen en unos ingresos de más de 60 millones de euros anuales, con beneficios que oscilan entre 1,5 y 4,9 millones en los tres últimos años. Todo esto en un país en el que el sector turístico supone un 7% del PIB francés. Por tanto, es necesario mimar a la “Dama de hierro”, que tanto aporta a Francia en todos los sentidos.
La maravilla de Eiffel no deja indiferente a nadie porque, aunque no la se haya visto en vivo, se tiene una imagen de cómo es en tu la mente. “Es alta y romántica”, dice María Bernal, una extremeña que aún no la conoce, aunque tiene ganas de hacerlo. Como a muchas otras personas, su tamaño y su forma ambientados por el romanticismo parisino son las características que más le llaman la atención. Pero, ¿corresponde esa idea que tu cabeza ha formado de la torre con la sensación de tenerla delante? “No me esperaba gran cosa, pero cuando la vi frente a mis ojos...fue increíble”, comenta Sue Anderson, que está viviendo en París desde hace unos meses.
Existe otro caso, sin embargo, de personas a las que no les gusta el monumento, ya sea porque lo encuentran demasiado grande o, simplemente, soso. Un matrimonio del sur de España comenta que se llevaron un disgusto al verla por “lo fea que es y lo mucho que estorba en el bello paisaje de la ciudad”. En su visita a la capital francesa la torre no será un lugar de parada, mas no dejarán de verla, porque ahí se encuentra rozando el cielo de París, dejando claro quién es la que manda en la ciudad.
Asimismo, puede que los parisinos estén acostumbrados a verla, a pasar por delante de ella como quien pasa por delante de algo que simplemente está ahí. Pero para algunos es imposible. La Torre Eiffel es un lugar sagrado al que rendir culto; es tan inmensa que te hace sentir insignificante. Te quita todas tus fuerzas, pero al mismo tiempo te hace fuerte, te da vida. Podrías estar observándola horas y horas, porque cuando te encuentras frente a ella se para el tiempo. Es tal su encanto que es difícil comprender cómo hace cerca de 120 años hubiera gente en general, y artistas en particular, que se opusieran a su construcción. Por suerte, los tiempos cambian y a día de hoy París no sería lo mismo sin la “Dama de hierro”; es mucho más que una torre, que un monumento o un símbolo; es el latido de París.