Es cierto que el Programa Erasmus proporciona momentos inolvidables para aquellos que se embarcan en esa experiencia ya que aporta no solo una visión de conjunto sobre España sino memorias, vivencias. Sin tampoco olvidar las personas que, en la misma situación de movilidad interuniversitaria, empiezan a ser “familia”.
Por eso, el volver es un sentimiento agridulce. Por un lado, deseamos volver para estar con nuestra familia, con nuestros amigos de nuestra infancia, pero, empezamos a dudar sobre a donde pertenecemos. Es decir que, los lazos que establecemos con otras personas durante el Erasmus son fuertes pues el tiempo corre, lo que implica “una mayor intensidad”, declara Lisa Meloncelli, estudiante Erasmus en Madrid.
Incluso, hay estudiantes que llegan a sentirse deprimidos por dejar todo el ambiente de Erasmus, como el caso de Inês Botelho, una estudiante portuguesa: “Aún hoy me recuerdo de ese
período y saber que no voy poder repetirlo me deja disgustada. Todavía, sé que lo he vivido al máximo sin arrepentirme”.
Además, volver es como que una terapia de shock pues indudablemente eso supone más cambios. Estar lejos y fomentar otras amistades hace con que perdamos lazos en nuestro país de origen o, por lo menos, los debilitan. Y también la rutina que se crea en 3 o 12 meses se pierde y todo parece menos interesante, novedoso, luego más aburrido.
Sentimientos como estos van a afligirte y hacerte extrañar el ambiente que te ha sido natural desde siempre. Sin embargo, todo vuelve a la normalidad y en tu memoria quedará la experiencia que has vivido.
No vivas atrapado en lo que ha sido el Erasmus, sino que debes recordarlo como tuyo, como algo que hizo, hace y hará siempre parte de ti.