La UE se enfrenta a la crisis de refugiados más grave que vive el continente desde la Segunda Guerra Mundial. La canciller alemana, Angela Merkel, ha sido la principal responsable de presionar para un acuerdo, ya que al igual que Suecia, necesita que Erdogan frene el flujo de refugiados que llegan a territorio comunitario.
Pese a que es la primera cumbre bilateral en 11 años, a la cita no acudió el presidente turco, Erdogan, sino el primer ministro, Ahmed Davutoglu, que define a su país como “una nación europea capaz de resolver todas las crisis, con una democracia dinámica y un Gobierno eficiente”. Pese a las críticas, la UE ha preferido no atender la ayuda inmediata de un país que considera clave para frenar la llegada de refugiados a Europa y para luchar contra el terrorismo.
Aproximadamente en este año, 1,5 millones de personas han entrado de forma ilegal en la UE, de los cuales la mayoría a través de Turquía. “Algunos huyendo de la guerra y la persecución. Otros buscado de la vida mejor y unos pocos intentando destruir nuestros valores”, declaró el presidente de la UE, Donald Tusk. A cambio de que Turquía blinde sus fronteras, mejore la situación de los refugiados, y admita de vuelta a los inmigrantes llegados a la UE desde su territorio que no cumplan requisitos de asilo, la UE acepta reactivar las relaciones con Ankara.
Para empezar, le transferirá 3.000 millones de euros para financiar la acogida de refugiados. Se compromete a no exigir visado a los turcos que quieran viajar a Europa a partir octubre de 2016, si cumplen las condiciones; a impulsar el diálogo político a nivel ministerial; y a reactivarlas negociaciones de adhesión el 14 de diciembre. El dinero comenzará a llegar a medida que Ankara materialice sus problemas.