Argentina abre una nueva etapa de su historia política. Dice adiós a más de una década de desgaste al frente de los Kirchner y lo hace por apenas 700.000 votos, que separaron al peronista Scioli del actual presidente electo Macri. Un resultado sorprendente por su ajustada diferencia, tras una primera vuelta de la que Macri salió enormemente reforzado. El discurso del miedo que mantuvo Scioli durante las tres últimas semanas parecía haber cuajado entre las clases populares, pero fue insuficiente para ganar a su rival en la presidencia.
El triunfalismo con el que se recibió la victoria fue empequeñecido por el propio Macri, quien ha tendido desde el primer momento la mano al peronismo para la cooperación. Su moderada celebración se justifica por su estrecho margen de victoria, por apenas un 51,4% de los votos. Sin embargo, no deja de ser un triunfo histórico, en unos comicios de los que Scioli partía siendo máximo favorito hace unos meses, pero cuya frustrada campaña electoral fue extendiendo ese anti-kirchnerismo que posteriormente se trasladaría a las urnas.
De perfiles muy similares, ambos candidatos han decidido poner fin a su rivalidad tras las elecciones y retomar la relación perdida estas últimas semanas, fruto de una campaña del miedo de Scioli dirigida a las clases populares. Un Scioli que presentó tanto a las medidas liberales como al propio Macri como un peligro para los pobres y para Argentina, algo que acusaría posteriormente el presidente electo, cuyo triunfo fue menos holgado de lo que se esperaba.
A pesar del histórico resultado, Argentina ha recibido con tranquilidad el cambio político hacia el centro-derecha, tras más de 70 años de radicalismo y peronismo. Macri ya ha anunciado que plantea un cambio tenue, basado en la disminución del proteccionismo y la progresiva desregulación, pero poco a poco. El país latinoamericano entra en un terreno inexplorado hasta ahora, y lo ha hecho de forma pacífica a diferencia de pasados comicios.