Cada día que pasa la Unión Europea (UE) afea un poco más el retrato de sí misma que ha dibujado a lo largo de la crisis siria. La avalancha de refugiados del verano, la reafirmación del compromiso histórico de Rusia con Siria y las consecuencias sangrientas de la política del régimen islamista del turco Erdogan exponen en toda su crudeza la inanidad de una UE a la que ya no solo se le puede achacar ser en política exterior un apéndice de EE UU. También el exponer temerariamente a sus ciudadanos y la seguridad mundial por su incapacidad para definir sus propios intereses, su desconocimiento de la Historia y su majadera insistencia en encubrir su irrelevancia con propaganda semántica de la mala, de esa que por poco creíble ya ni siquiera usan los yihadistas ni los EE UU, con agendas coincidentes en Siria desde el día uno.
Outsourcing. Es el término en inglés –se ponga como se ponga Cervantes, lengua única de la globalización- para referirse a la externalización de procesos productivos. Lo emplean las empresas pero también los estados cuando no quieren o pueden hacer lo que les gustaría para lograr sus intereses. Es lo que hacen las potencias occidentales y algunos de sus fanáticos aliados islamistas del Golfo Pérsico y el Bósforo en Siria, Iraq y otros países. Unas y otros quieren acabar como sea con sus milenarias sociedades multiconfesionales dotadas de estados aconfesionales para garantizar la coexistencia y fusión de cristianos y musulmanes de muy distintas denominaciones. Rancio y criminal empeño. Obsesión patológica tan peligrosa hoy como ayer. Presente que, sin embargo, también es pasado mediato o remoto.
Veinte muertes violentas por motivaciones político-religiosas en tres días parecen muchas para Francia. También para eso que de forma tan pomposa como huera se denomina por políticos y periodistas “países de nuestro entorno”. En Iraq y en Siria, desde hace unos pocos años -es la excepción histórica y no la regla- hay días en las que esa cifra se multiplica por diez o más. De esa disparidad cuantitativa se valen nuevamente políticos y periodistas para repetir machaconamente que lo que ocurre aquí nada tiene que ver con lo que sucede allí. Los que eso afirman son los mismos que, sin embargo, reclaman una globalización a ultranza para extender el capitalismo y llevar a los confines del ancho mundo unos productos culturales que, créase o no, no siempre son valiosos, ni superiores a los que hacen otros ni apreciados por aquellos a los que se les quieren imponer. Esa esquizofrénica relación con la globalización es la que ha vuelto a quedar en evidencia estos días. Los “análisis” con que políticos y periodistas nos abruman tras los terribles y condenables sucesos franceses vuelven a dejar en evidencia esa tramposa declaración de “un mundo sin fronteras” que en la práctica se ejerce de manera tan caprichosa como sectaria y xenófoba.
Ocurrió hace unos días y en nuestra Facultad. En el marco de las IV Jornadas de Reporteros de Guerra que dirige el profesor Antonio García Martínez, la problemática y la realidad de Palestina entraron de lleno en nuestra Casa. En una sesión coordinada por el profesor Najib Abu-Warda, varios ponentes expusieron la encrucijada de un proceso de paz al que se le acaba el tiempo. Entre ellos, Xavier Abu Eid, responsable de comunicación del equipo negociador palestino. Un típico producto de esa Palestina expoliada que tiene a la mayoría de sus hijos en la diáspora. Abu Eid es un palestino chileno de tercera generación que ha consagrado su vida a la causa de su pueblo. Junto con el embajador palestino y apenas un día después de disertar brillantemente en la universidad pública, la nuestra, acudía al Congreso de los Diputados para presenciar cómo se aprobaba por abrumadora mayoría instar al Gobierno español a que reconozca al Estado palestino. En la ONU ya lo han hecho unos 135 estados y hace unas semanas Suecia dio un paso decisivo al reconocer, ya no solo en la teoría sino también en la práctica, al Estado palestino, siguiendo así la estela de muchos países latinoamericanos. Estocolmo forzaba así a retratarse a otros estados europeos, muchos de ellos responsables de la tragedia palestina. Así es porque fueron las potencias europeas las que crearon el problema, primero al perseguir y expulsar a los judíos de su suelo y, en el caso de la Alemania nazi, de exterminarlos. Luego al aceptar la partición de la Palestina histórica y más recientemente al mirar para otro lado mientras Israel masacra a los palestinos, sigue ocupando la tierra que en 1947 les otorgó la ONU y viola sistemáticamente las resoluciones de esas mismas Naciones Unidas, construyendo muros y colonias ilegales en suelo palestino.