La llegada de los primeros rabinos a Amberes se remonta en el siglo XIII, durante el reinado de Enrique III, cuando un gran número de judíos fue expulsado de Inglaterra y Francia. Por aquel entonces, la ciudad flamenca se encontraba en su periodo de máximo esplendor debido a las elevadas riquezas que suponía el puerto de Amberes, reconocido como el más importante de Europa.
A finales del siglo XVI, un nuevo grupo de inmigrantes judíos procedentes de España se trasladó a la ciudad belga, atraído por la importancia comercial que estaba adoptando la localidad flamenca en ese periodo. Posteriormente, se desarrolló un conflicto abierto entre los Países Bajos y España, que capturó el territorio de Amberes y provocó la huida de miles de rabinos a la localidad vecina de Ámsterdam y otros países como Rusia y Polonia.
La discriminación y el rechazo hacia los judíos por parte de Rusia y otros países de Europa del Este supusieron el regreso de miles de judíos a Amberes a finales del siglo XIX. Desde entonces, el crecimiento de la población rabina creció sin parar convirtiendo a la región de Flandes en el principal núcleo judío del país. Sin embargo, la llegada de la Segunda Guerra Mundial y la invasión de las tropas nazis ocasionaron de nuevo la huida de la comunidad laica a países vecinos como Francia, mientras que otros, ante la imposibilidad de cruzar la frontera, fueron deportados a campos de exterminación de Europa Central. La aniquilación de la comunidad asentada en Amberes solo dejó alrededor de 800 supervivientes en sus calles, gracias a solidaridad y caridad de la población local. A pesar de ello, la comunidad creció muy rápidamente en la década de 1960, llegando a un total del 10.000 judíos tras el asentamiento de los nuevos allegados procedentes de varios países de la Europa del Este.
La industria del diamante empezó a extenderse y cobrar gran relevancia entre los distritos de Amberes. Los judíos decidieron apostar por el oficio y éste se convirtió en su principal ocupación.
En 1980, la comunidad religiosa sufrió un doble atentado terrorista en sus distritos que saldó las vidas de cuatro personas dejando a otras 90 heridas. A pesar de todo ello, “hoy disponen de muchas escuelas, sinagogas, tiendas e instituciones judías en un entorno relativamente pacífico”, comenta Karin Hoofmester, profesora de Historia del Judaísmo en la Universidad de Amberes. Según la experta: “Los habitantes locales de Amberes toleran y respetan a los judíos a pesar de no compartir sus ideales”.
En Amberes, la comunidad judía se conglomera en las calles del Distrito del Diamante, cerca de la Estación Central, especialmente en las calles de Pelikaanstraat y Belgielei Charlottelei, donde además se concentran un gran número de tiendas, sinagogas y colegios ortodoxos.
No siguen todas las normas
A diferencia del cristianismo, en Bélgica ser judío es innato. Por ello, la comunidad judía ya desde el nacimiento de sus predecesores inculcan a estos una serie de valores y creencias a favor del ‘poderoso’ que no les permite ni tan solo cuestionarse su existencia.
El 40% de la población judía que reside en Amberes pertenece al judaísmo jasídico, caracterizado por los peculiares códigos de vestimenta, así como las restricciones en los parámetros alimenticios. Como bien argumenta La Torah, el libro que constituye la base y fundamento del judaísmo, los niños deben dejar crecer su cabello hasta los tres años, momento en el que podrá ser cortado dejando solo un tirabuzón por delante de sus orejas. Los peculiares sombreros que pasean los hombres representan el país de procedencia de cada uno de ellos. Por otro lado, las mujeres visten con faldas hasta los tobillos y sin ningún tipo de estampado. Además, una vez contraen matrimonio, éstas deben afeitarse la cabeza y lucir una peluca.
“Yo tenía la idea de que los judíos eran personas muy disciplinadas, pero no es así. Sí que son muy obedientes y respetuosos con los mayores judíos. En cambio, no muestran mucho respeto o interés por aquellos que no pertenecen a su religión”, afirma Patricia Galiana Bea, una profesora española que impartió clases en el colegio judío ortodoxo de Jesode Hatora durante cuatro meses.
“La comunidad judía desprende un sentimiento de superioridad que desemboca en un no querer interaccionar con el otro, un ignorar y en cierto modo despreciar al no judío”, critica.
En cada familia la religión se lleva a cabo de manera distinta. El judaísmo recoge más de 600 reglas que definen a los miembros de su comunidad como judíos ortodoxos o no.
Según los estudios, alrededor del 85% de los judíos no sigue todas reglas a pesar de que tengan constancia de cada una de ellas. “En el colegio tuve la sensación de que algunas niñas se cuestionaban por qué vivían de ese modo y no ser cómo la gran mayoría y escoger lo que querían” añade Galiana.
Referente a la educación que reciben los más pequeños, las escuelas están dividas por sexo y las clases tan solo son impartidas en flamenco. “La religión está muy presente. Los libros están censurados y las fotografías que se consideran inadecuadas, por ejemplo, la de un chico y una chica cogidos de la mano, se les debe colocar una pegatina encima”, añade Galiana. Además, asignaturas como Historia o Biología también se ven muy afectadas ya que los temas relacionados con Cristo o bien con la teoría de Darwin, así como la reproducción sexual, están totalmente excluidos del temario.
Una vez terminada la secundaria, en el caso de las niñas, éstas son trasladadas a Israel para adentrarse en mayor grado a su religión y cultura y así pues, contraer matrimonio.
El jasicismo surgió en la Europa Oriental en países como Ucrania y Bielorrusia a lo largo del s.XVIII. Es considerado una rama del judaísmo ortodoxo, que logró captar la atención de muchas familias rabinas que vivían inmersas en la pobreza, ya que el mentor de esta nueva idea, Israel ben Eliezer , más conocido como el Baal Shemtov (1698–1760) apostaba por la clase media poco adinerada.