Como un día cualquiera, el proceder rutinario de los franceses seguía su curso con normalidad el pasado viernes en la concurrida ciudad de París. Acostumbrados a los numerosos avisos de bomba, evacuaciones y parones en el metro, los ciudadanos de la capital gala veían pasar las horas del día con total naturalidad. Y sin embargo, apenas pasados unos minutos de las diez de la noche, los teléfonos de toda la ciudad empezaban a sonar con mensajes y llamadas de familiares y allegados desconcertados por lo que todo el mundo estaba viendo en las noticias sin poder terminar de creer.
En un principio reinó la confusión. Se sabía que la policía pedía a los habitantes de los distritos parisinos 10 y 11 que no salieran de sus casas bajo ningún concepto, y circulaban noticias en los medios sobre unos supuestos tiroteos en la zona. Los objetivos fueron el estadio de fútbol de la comuna de Saint-Denis, cinco restaurantes y la mítica sala de conciertos parisina Bataclan, aunque se sabe que también pudo haber varios tiroteos sin víctimas mortales en la rue Beaumarchais, cerca de la plaza de la Bastilla, y en el centro comercial de Les Halles, en pleno corazón de la ciudad. Según explicó el fiscal François Molins, los múltiples atentados habrían sido llevados a cabo por tres células terroristas integradas por ocho atacantes armados con fusiles de asalto y explosivos, presuntamente pertenecientes al grupo terrorista Estado Islámico, que el sábado reconoció la autoría de los hechos en un comunicado oficial.
El lugar donde más se ensañaron los terroristas fue en el teatro Bataclan, donde dispararon indiscriminadamente a los asistentes de un concierto de rock del grupo 'Eagles of Death' al grito de “¡Allahu Akbar!”, tomando alrededor de cien rehenes -de los cuales más de ochenta fallecieron- durante más de dos horas. El teatro ya había sido amenazado con anterioridad, especialmente por un grupo autodenominado 'Ejército del Islam', por ser propiedad de una familia francesa de origen judío que actualmente reside en Israel, y que habría utilizado la sala en diversas ocasiones para apoyar públicamente al país.
El primer ataque fue, sin embargo, en el Estadio de Francia, donde al menos diez personas fueron heridas y ocho perdieron la vida a causa de tres explosiones suicidas consecutivas separadas por escasos minutos en las inmediaciones del recinto, donde el presidente de la República, François Hollande, se disponía a presenciar el partido de fútbol amistoso entre Francia y Alemania. El presidente fue rápidamente evacuado del edificio y llevado al Ministerio del Interior para presidir un gabinete de crisis que más tarde proclamaría el estado de emergencia y el cierre de fronteras, declarando por vez primera desde la Segunda Guerra Mundial el nivel de seguridad nacional "alfa rojo", un despliegue combinado de ambulancias, cuerpos de seguridad civil y hospitales para reducir al máximo las posibles bajas.
Otros tiroteos en la zona este de la ciudad se registraron entre las nueve y las diez de la noche en el distrito 11 y alrededores, con numerosas muertes, en restaurantes y bares como Le Petit Cambodge, La Casa Nostra, Le Carrillon, La Belle Équipe, y Le Comptoir Voltaire, en donde un terrorista hizo detonar su carga explosiva sin dejar ninguna víctima aparte de sí mismo.
"No sabíamos qué pasaba, escuchamos los tiroteos pero en un principio pensábamos que eran petardos, lo último que se nos pasó por la cabeza es que fueran disparos, y mucho menos que un hombre acabaría inmolándose a 300 metros de casa", asegura Marina Liébana sobre el pasado viernes, una española afincada en París y residente en la rue Titon, paralela a Faidherbe, en cuya esquina se encuentra La Belle Équipe, cerca asimismo del Le Comptoir Voltaire del bulevar homónimo.
Falsas alarmas
"Hace dos días estábamos entrando a la misa de Notre-Dame cuando cinco militares obligaron a todas las personas que se encontraban a su alcance a retroceder hacia un puente cercado, parece ser que por nuestra propia seguridad porque se supone que había un hombre con un arma”, cuenta una transeúnte sobre una de las numerosas falsas alarmas que se han dado en los últimos días. Según detalla Sophie Sibade, en el río Sena circulaban lanchas militares a toda velocidad y también se podían ver helicópteros. “Mucha gente pensó hasta en tirarse al río o colgarse de las barandillas si de verdad había un ataque", evoca la parisina. "En République también pasó algo parecido pero fue peor; alguien tiró petardos y la gente empezó a correr como loca pisándose los unos a los otros y tirando las velas y flores del homenaje a los difuntos del viernes", relata Sibade.
Gestos nerviosos y cabezas gachas podía uno ver paseando por París los días inmediatamente después del atentado; prisas en el metro, tiendas e instituciones cerradas, controles de seguridad en universidades y bibliotecas, el ejército desplegado por las escuetas calles de la ciudad… La situación no parece haber mejorado tras las intensas horas de la madrugada del miércoles, en que Saint-Denis se convirtió en todo un campo de batalla tras una operación militar que buscaba acabar con la última cabeza del comando terrorista. Con el apoyo de helicópteros, camiones, soldados de camuflaje y francotiradores, y en medio de tiroteos y explosiones, las fuerzas de seguridad dieron con otra célula yihadista lista para atacar los próximos días. El resultado: ocho detenciones y dos muertos, entre ellos una mujer que hizo detonar su cinturón explosivo, y el popular terrorista de nacionalidad belga Abdelhamid Abaaoud, cerebro del ataque perpetrado el pasado viernes en la capital francesa e implicado en cuatro atentados truncados desde primavera de este año.
Courage francés
La repercusión no se hizo esperar y todo un fenómeno global de solidaridad con Francia inundó las redes sociales, provocando una viralidad que ha suscitado muchas críticas por la baja cobertura a otros sucesos trágicos que acontecen a lo largo del globo, en beneficio del atentado en Francia. Muchos analistas coinciden en que pareciera que la sangre francesa y, más aún, de Occidente, es más roja que la del resto del planeta.
Por otro lado, las fuerzas de seguridad francesas han visto triplicada la cantidad de solicitudes de admisión a la armada en la última semana, fenómeno que parece repetirse en muchos otros países europeos. Pero si hay algo claro es que el pueblo galo no tiene miedo. No hay más que ver las pintadas por toda la ciudad y carteles apelando al courage francés y a no dejar que el miedo enturbie sus vidas; mientras tanto, la rutina del día a día se va reanudando y lo intenso de las circunstancias se va calmando a favor de la tranquilidad no tan tranquila de la ciudad de París.