La vida de Weiwei, el incómodo artista y defensor de los derechos humanos, ha sido una cadena ininterrumpida de persecuciones. Cuando apenas había nacido, su padre -poeta disidente, hoy un fantasma dentro de la historia de la literatura china- fue obligado a recluirse en un campo de trabajo junto con toda su familia: ese fue el costo de sus críticas a la dictadura del Partido Comunista. Así, los primeros veinte años de Ai Weiwei serían años de exilio, lejos de la educación formal y con apenas un par de libros a su alrededor después de que el régimen se encargara de incinerar la biblioteca de su padre. La literatura, la poesía y el arte les estaban proscritos.
Cuando se le pregunta si cree que su educación académica ha sido escasa contesta que no, que en su casa no tenían libros pero sí palabras. “Aún recuerdo cómo mi padre utilizaba el lenguaje”, comenta Ai Weiwei en una entrevista concedida a la Royal Academy con motivo de su más reciente exposición en Reino Unido, una exhibición que es justamente eso, un recordar constante, un ejercicio de reivindicaciones y memoria a través de los lenguajes.
Hierro, representaciones claustrofóbicas y antigüedades
Noventa toneladas de varillas de hierro abren la exposición. Adrian Locke, curador de la obra, cuenta que jamás se había recibido una pieza tan pesada en el museo. Pesada literal y simbólicamente; “Cuando la miras, la obra posee una especie de poder y silencio en torno a sí… La obra sostiene el sentido de la pérdida de vida”, comenta Locke.
![]() |
Straight / Foto: Ana Karla Torres |
Lo que el espectador está viendo son restos de la tragedia que dejó el terremoto de Sichuan en 2008. Ahí donde el Gobierno veía sólo cifras de miles de muertos, Ai Weiwei se preguntaba quiénes eran, qué tenían que decirnos las víctimas. Encontró que de 70.000 muertos, buena parte eran niños, niños que probablemente hubieran sobrevivido si la industria de la construcción hubiese levantado escuelas apropiadamente. Él mismo recogió las varillas dobladas por el terremoto, él mismo las enderezó con sus manos para crear 'Straight'. Después, a través de su blog, hizo un llamado a una “investigación ciudadana” para recuperar los nombres de todos y cada uno de los niños muertos cuya identidad y cifras exactas habían tratado de ocultarse. Aunque el Gobierno chino tumbó la página del artista, el trabajo ya estaba hecho: la lista de las víctimas antes anónimas es la misma que se puede ver a un costado de una obra que es más bien una especie de santuario.
Esto y su presencia en China como activista le valieron el desagrado del Partido. En 2011 se ordena su arresto, un encierro de once meses que queda representado en su obra 'S.A.C.R.E.D.' donde, a modo de maqueta, Weiwei extrae de su mente los recuerdos de aquel momento y los reproduce en una remembranza claustrofóbica. Paul Tsen, estudiante chino en Inglaterra, asegura estar al corriente de lo que sucedía. “En nuestro país, los jóvenes sabíamos qué estaba pasando con Wewei y, en general, hubo algunas muestras de solidaridad. El joven relata que la gente iba a dejar flores a las puertas del estudio del artista como un acto simbólico. "Se pensará que fue poco pero no es así, definitivamente fue un modo importante de mostrar indignación”, concluye Tsen.
![]() |
S.A.C.R.E.D. / Foto: Ana Karla Torres |
En 'S.A.C.R.E.D.’ el artista se piensa a sí mismo y a través de ello expresa cómo se materializa la represión: ahí está él, ahí están los guardias que lo vigilaban veinticuatro horas y lo sometían a repetidos interrogatorios que comenzaban siempre con la misma pregunta: “Y usted, ¿usted a qué se dedica?” Difícil pregunta para un hombre que lo mismo hace activismo político que arquitectura. Para él no hay línea divisoria entre el arte y la política, su estar mismo gira en torno a ese binomio donde sus gestos performativos son también parte de su obra.
Defensa de los refugiados y recuperación histórica
Semanas después de que se le permitiera viajar fuera de China por primera vez desde 2011 y dos días antes de la apertura de su exposición en la Royal Academy el 19 de septiembre, Ai Weiwei y Anish Kapoor, activista y artista hindú, hicieron una marcha simbólica desde el centro de Londres a Stratfor, portando ambos una manta blanca que apelaba al derecho fundamental a la seguridad y el descanso a propósito de los refugiados sirios en Europa. Si la marcha fue una fugacidad, en 'Dropping a Han Dynasty Urn' la idea era congelar el acto preformativo. La serie de tres fotografías, una de sus obras más polémicas que desagradó no a pocos, muestran a Weiwei dejando caer un jarrón chino de más de 2.000 años de antigüedad, un jarrón que, según cuenta, se hace pedazos lo mismo que la vieja China durante la revolución cultural.
De nuevo, como en el resto de obras mostradas en la Royal Academy, la idea es posicionarse a favor de la memoria. Cuando en las salas de la galería se le pregunta si no tiene miedo, si no teme por su vida, contesta nuevamente que no. “Cualquier cosa podrá pasarme a mí pero el arte permanecerá”, porque el arte, dice Ai Weiwei, el arte siempre gana.