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Viernes, 13 Noviembre 2015 17:10

El desafío de los refugiados comienza en sus países, continúa en Europa

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Varios refugiados disfrutan de uno de los eventos del centro de acogida / Foto: Centro Astalli Varios refugiados disfrutan de uno de los eventos del centro de acogida / Foto: Centro Astalli

Los refugiados que llegan al viejo continente dejan sus familias, sus trabajos y a sus amigos para embarcarse en un viaje cuya meta se convierte, de nuevo, en el pistoletazo de salida. El intento de empezar una nueva vida en los países europeos de acogida representa todo un reto para estos luchadores natos.

“¿El futuro de mi pueblo?, no hay futuro. Menos ahora que Erdogan ha ganado las elecciones en Turquía. Entre ellos y la violencia del ISIS, el pueblo Kurdo está sentenciado. Nuestro futuro está aquí, en Europa", relata Bahedin Sholi, una de las veintiocho personas que residen de forma temporal en el centro de acogida para refugiados San Saba, en Roma (Italia). Sholi dice ser de Kurdistán, de la parte de Irán. Era pastelero en su país y sueña con volver a serlo en la capital italiana. En dos meses finaliza su contrato de estancia en el centro que le acoge y, aunque sabe que será difícil, espera encontrar un trabajo pronto. "Sé que es posible", afirma el kurdo a Rosario, un profesor siciliano de italiano, que actúa de voluntario para la integración de los refugiados. Según recoge el Rapporto Annuale 2015 del Centro Astalli en Roma, en el último año las demandas de protección presentadas en Italia han aumentado en un 143% respecto a las registradas el año anterior.

Hafiz, natural de Afganistán, como muchos otros compañeros de su centro, se vio obligado un día a escapar de su país natal. “La situación es crítica allí, todos los días hay atentados y mueren personas. El Gobierno no tiene poder para frenar las matanzas de los talibán”, explica sentado en una silla de la sala donde comen, charlan y ven la televisión.  Actualmente, salir de Afganistán de manera legal es prácticamente imposible, el Gobierno deniega la concesión del pasaporte a la mayor parte de su población. Es por esto que los emigrantes se ven obligados a buscar rutas alternativas. 

“Cruzamos las montañas durante una noche entera, dirección a Irán. Cuando llegué allí tuve que reunir dinero para continuar el trayecto, trabajé, y después de tres meses emprendí el viaje hasta Turquía, en coche. Allí cogimos una especie de barca, pero sin motor, remábamos con las manos, durante unas seis horas en dirección a una isla de Grecia que no recuerdo como se llama”, relata Hafiz en un buen italiano. Antes de llegar, la policía griega interceptó la embarcación, les llevaron a tierra y les tomaron las huellas dactilares, lo que les cerraba las puertas de muchos países de Europa. Según explica el afgano, “te dan un folio y en ese momento te dicen: id donde queráis. La mayoría espera allí durante un año o dos. Yo tuve muchísima suerte, quince días después conseguí  viajar dentro de un camión hasta la costa, cogí un barco y llegué a Venecia”. Desde allí, Hafiz viajó a Roma en tren, donde solicitó asilo.

La reglamentación italiana establece que para presentar una petición de asilo, los refugiados deben poder demostrar que habitan en un domicilio concreto. Este requerimiento presenta, en ocasiones, un obstáculo para iniciar un proceso de integración en Italia, pues la mayoría no tiene un alojamiento estable e incluso muchos duermen en la calle. El Centro Astalli les proporciona una dirección válida, via degli Astalli 14/a”, para todos los hombres, mujeres y niños que requieren de ayuda y protección internacional.

La responsable de comunicación, Donatella Parisi, explica que el Centro Astalli responde a la necesidad de cerca de 34.000 inmigrantes forzados, de los cuales 21.000 llegan a la sede de Roma. “La organización cuenta con una gruesa red de servicios: un comedor social, donde toda la comida es preparada sin usar carne de cerdo ni alcohol, en respeto a los que profesan la religión musulmana, un ambulatorio, varias casas y centros de acogida, asistencia legal y una amplia red de voluntarios que incluyen desde estudiantes hasta abogados o médicos", declara Parisi. 

Benvenuti a San Saba

El centro de acogida San Saba trabaja dentro del proyecto gubernamental SPRAR, financiado por el Ministero dell’ Interno italiano. Según detalla uno de los directores del centro, Giuseppe Coletta, cuando el refugiado llega, se establece con él un contrato de estancia por seis meses, que puede ser prorrogado  por motivos médicos o procesos formativos y educativos. Pero en ningún caso la estancia durará más de 18 meses. Pasado el tiempo estipulado, la idea es que puedan llevar una vida independiente, integrada en la sociedad. "Otra alternativa es la de ingresar en un centro fuera del programa SPRAR, normalmente privado, para ir tratando de lograr una progresiva semi autonomía, pero con dos requisitos fundamentales: situación legal definida y un contrato de trabajo”, concreta el director. 

El centro San Saba comparte, con armonía y respeto, patio y nombre con una parroquia. Además de un campo de fútbol y otro de baloncesto que, aunque pertenecen a la Iglesia, usan los refugiados siempre que es posible. Las actividades, fuera de los muros de la residencia, cobran vital importancia para romper con la rutina. “Solemos invitarles a algunos de los eventos que realizamos a menudo. El año pasado, por ejemplo, fuimos todos juntos al cine a ver la película 'Timbuktú' , hicimos un picnic, excursiones al mar…", relata Coletta.

El director, que ya trabajó anteriormente en centros de emergencia para refugiados, no puede dejar de sentirse un privilegiado por realizar un trabajo que le fascina. "Tiene sus dificultades, son veintiocho personas, veintiocho historias. A veces no es fácil encontrar la palabra justa cuando hablas con ellos. Intentamos transmitirles esperanza, pero al mismo tiempo debemos ser realistas", asegura el trabajador social. 

El apoyo a los refugiados en Europa sigue sin ser suficiente. Sin embargo, personas como las de San Saba o el Centro Astalli, demuestran que son muchos los ciudadanos que trabajan duro, tanto en Italia como en el resto de países, para ampliar un auxilio, en ocasiones, limitado a las decisiones de los gobernantes.

 

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