El centro Pompidou, como viene haciendo todos los años por estas fechas, da al visitante la oportunidad de acercarse un poco más a un artista próximo a las tendencias surrealistas o dadaístas: en esta ocasión es el turno de Marcel Duchamp, sin duda una figura clave del siglo XX. Su obra alteró radicalmente el arte de su época con la invención, en los años diez, del ready-made, una práctica basada en convertir un objeto de la vida cotidiana en una obra, debido a su naturalidad estética. Se trata de descontextualizar objetos comunes de su uso habitual y supone un gran desafío a la definición del concepto de arte.
En esta línea se sitúa la famosa Fuente de Duchamp, un urinario colocado del revés con el que quiso representar su rebeldía contra los cánones artísticos y estéticos. La obra fue todo un escándalo en 1917, considerada una provocación grosera y una burla al arte. El Antiarte, como fue apodado por el propio Duchamp, se proponía romper las barreras y los prejuicios hipócritas del mundo artístico y abrir sus horizontes.
Es por esta razón que el nombre de Marcel Duchamp suele asociarse a la imagen de provocador y transgresor en el mundo artístico, el gran rompedor en el campo de la pintura, y desde luego lo fue; pero además de la Fuente, y del Antiarte, fue un pintor racional que recogía las influencias de su época como el movimiento psicoanalítico de Freud, o el humor de la censura, aunque siempre a la vanguardia, utilizando los métodos más revolucionarios.
Obsesión por el erotismo
“Creo que el arte es la única forma de actividad a través de la cual el hombre se revela como un individuo real. Solo a través de él podemos ir más allá que los animales, porque es abierto a las religiones y no está dominado por el tiempo ni por el espacio.” Es una de las reflexiones del artista contemporáneo que acompañan al visitante a lo largo de la visita.
La exposición ‘Marcel Duchamp, La peinture, même’, deja a un lado la, tan conocida y explotada, faceta dadaísta del artista para centrarse en mostrar la evolución de un Duchamp joven y ya visionario: sus influencias, sus técnicas y sus aspiraciones. Un viaje que guía al público, desde sus primeras caricaturas y su obsesión por el erotismo en 1910, hasta su obra más compleja y ambiciosa El Gran Vidrio que terminó en 1923, aunque él la definió como “definitivamente inacabada”. En total, cerca de cien obras se reúnen, por primera vez, para dar a conocer la otra cara de Marcel Duchamp, su faceta menos conocida.
La exposición se estructura en ocho salas que diferencian las distintas etapas del artista francés, y en las que no solo se puede disfrutar de sus propias obras, sino también de aquellas que fueron decisivamente influyentes en su carrera, además de cartas y libros personales, bocetos, fotografías, citas del genio e incluso proyecciones. En palabras de Cécile Debray, comisaria de la exposición: “detrás de su programa iconográfico está realmente toda la historia de la pintura, es decir, nos encontramos a la vez con la función de la Virgen y la esencia del amor que nos remonta a la pintura clásica”.
La primera y la última sala parecen ser las más concurridas, pero en cuanto a obras, son cuatro las paradas obligadas. La primera, la obra cartel de la exposición, es L.H.O.O.Q., uno de sus ready-mades, una postal de la Mona Lisa a la que Duchamp le añadió bigote y perilla y tituló con esas siglas que en francés se leen como ”Elle a chaud au cul” (“Ella tiene el culo caliente”). En segundo lugar, las miradas se posan sobre Desnudo bajando una escalera nº2, obra cubista y futurista que además se encuentra acompañada de los bocetos previos del autor, en su técnica de representar el movimiento. No muy lejos, Rueda de bicicleta, uno de sus primeros y más conocidos ready-mades, compuesto por una rueda de bicicleta colocada del revés sobre un taburete, la obra procede de la unión del conocido sentido del humor de Duchamp y su interés por el movimiento. La exposición culmina con El Gran Vidrio, un cuadro de cristal enmarcado en madera, dividido en dos partes separadas por una bisagra y que contiene diferentes ready-mades. A pesar de su gran complejidad, acapara todas las miras de la última sala, y los visitantes pueden contemplarlo a la vez que escuchan una grabación del manual que el artista publicó para leer a la vez que se contemplaba la obra.
El Pompidou es siempre una buena idea
Madelejin van der Helm, estudiante neerlandesa de erasmus, cita algunos aspectos mejorables de la exposición: “Esperaba que fuera más larga, y creo que hay demasiadas obras de otros artistas… aunque de todas formas merece la pena, cambia totalmente tu concepción de Duchamp”.
Descubrir a Duchamp es posible de miércoles a lunes en horario de once de la mañana a nueve de la noche, en la cuarta planta del Centro Pompidou por el precio de 13€ (10€ la entrada reducida de estudiantes) con acceso a todas las exposiciones temporales y permanentes del museo, y además con la posibilidad de disfrutar de una maravillosa vista de París desde uno de sus edificios más característicos. Sin duda un plan perfecto para una tarde lluviosa, de las que abundan en la capital francesa.