Es plena madrugada en Kiev. En sus calles retumba un silencio provocado por el horror del pasado y la impotencia del presente. Cada año a la una y veintitrés de la mañana, una pequeña iglesia de la capital hace sonar su campana derramando el sonido por cada calle, cada casa cercana y cada persona que recuerda aquel día como el inicio de la otra historia de Ucrania.